Son sentimientos de asombro, estupor y rabia los provocados por el señor feudal alauita. La tolerancia internacional con los desmanes institucionales de Marruecos es indignante. La represión ejercida sobre los saharauis, el trato violento y salvaje que reciben de parte de las Fuerzas de Seguridad del país opresor, la castración sistemática de las libertades fundamentales, la meditada opacidad informativa en los asuntos relacionados con el Sahara y el confinamiento forzado y forzoso de los que demandan la soberanía sobre su tierra y destino son argumentos suficientes para que se produjese una reacción de condena y presión sobre el Estado de Marruecos. Si le añadimos a estos condicionantes el asesinato cruel e injustificado del menor Nayem Elghari, ejecutado a tiros por la Policía de la dictadura, tenemos los mimbres necesarios para que la diplomacia internacional tome cartas en el asunto de una vez por todas y exija a Mohamed VI la pronta solución que el problema del Sahara requiere para su supervivencia. Porque, sin duda, estamos ante su muerte salvo remedio inmediato.

Me temo que no tardaremos en asistir a una nueva maniobra de distracción sobre las ciudades de Ceuta y Melilla. Algo inventará el Duce del Magreb para que las miradas políticas del mundo vuelvan cobardemente la cabeza. Ahí tiene un hueso muy duro Trinidad Jiménez.