wilson gonzález miró a un lado y a otro de la calle al entrar en aquel portal de la Cuchillería. Había notado una presencia extraña esa mañana mientras realizaba en Lakua el reparto bajo una intensa lluvia. Era un hombre muy perceptivo, y su intuición no le engañaba con facilidad. No en vano había sobrevivido a numerosos ataques de los paramilitares en su país gracias a ese sexto sentido que le adornaba. En uno de ellos perdió a una de sus hijas, pero había logrado sobreponerse gracias a su entereza y el apoyo de su esposa, Mariana, que ahora le esperaba al otro lado del océano.
Desde hacía unos días notaba que alguien le controlaba desde la oscuridad. Esa misma tarde el vigilante misterioso le había observado entre las sombras mientras fregaba la escalera del desvencijado edificio en el que le habían contratado para limpiar dos veces por semana. Su olfato detectaba el odio en aquella mirada escondida que escrutaba sus evoluciones como un felino estudia los movimientos de su presa antes de desmembrarla.
Subió al cuarto piso inquieto por la incertidumbre. Allí le esperaba Vidal. Desde su silla de ruedas, el anciano le miró con severidad. "Llegas cinco minutos tarde, macchu pichu", le espetó en un tono sarcástico.
Le saludó como si no le hubiera molestado la broma recurrente e inició su labor de todos los días. Cada peldaño que le acercaba a la calle era un esfuerzo penoso. Nadie se había atrevido a aceptar aquel trabajo tan exigente, pero no contaba con demasiado margen para mostrarse selectivo. Lo peor de mover a aquel hombre sentado en su máquina cuatro pisos abajo era la idea de que dos horas después debería subirle de nuevo por aquellas mismas escaleras infames como si de un Prometeo contemporáneo se tratara.
Tras ímprobos esfuerzos llegó al portal y se detuvo para coger aire en medio de los reproches de Vidal. En ese momento dos hombres uniformados irrumpieron en el rellano y se interpusieron en su camino. "Señor González, acompáñenos a comisaría, por favor".
Esa noche que Wilson durmió en dependencias policiales antes de ser repatriado fue la misma en la que un honrado ciudadano de Vitoria sucumbió en los brazos de Morfeo con la conciencia tranquila como nunca antes la había tenido. Había denunciado a aquel extranjero que se aprovechaba del dinero de todos sirviéndose de las ayudas sociales mientras disfrutaba de su pluriempleo. Definitivamente había puesto su grano de arena para mejorar esta sociedad tan carente de principios morales.