Occidente se haya envuelto en las últimas semanas en una oleada de alertas terroristas, de mayor o menor impacto potencial, pero que cumplen a la perfección el objetivo básico: instalar un estado de psicosis permanente. En estos días han confluido dos fenómenos a uno y otro lado del Atlántico. En primer lugar, los diversos paquetes bombas encontrados en aviones provinientes de Yemen, con el inevitable sello de Al Qaeda en cualquiera de sus versiones locales. Una amenaza detectada en aeropuertos británicos y de Dubai, pero con destino final en Estados Unidos en los días previos al supermartes, un factor que hizo más creíble si cabe el riesgo. A nadie se le escapa a estas alturas, con la experiencia del 11-M de por medio, lo tentador que para cualquier grupo terrorista y, en concreto, para Al Qaeda es subirse al carro de la repercusión internacional y política que un atentado indiscriminado tiene en el prólogo de unas elecciones. Por de pronto, la amenaza -cierta o no- obliga a esfuerzos ingentes como evacuar el aeropuerto de Nueva York. En segundo lugar, y lo que resulta quizá menos habitual, las instituciones del continente europeo hacen frente a una marea sin precedentes de paquetes trampa con origen en Grecia y atribuidos a grupos de extrema izquierda y antisistema, alimentados en el país heleno por el descontento social ante el derrumbe de la economía y la lentísima reacción de los socios europeos que, con sus dudas, hundieron aún más al país. Que Angela Merkel, que remoloneó para dar luz verde al plan de rescate atenazada por sus propias elecciones, haya sido una de las receptoras de las bombas trampa no parece ser puro azar. Los artefactos son de fabricación más casera y menos destructivos que los de Al Qaeda, aunque la sola capacidad de multiplicación de envíos a múltiples destinatarios en Atenas, pero también en Francia o Alemania, evidencia que sus responsables disponen de un nivel de organización con peligrosas dosis de eficacia. La preocupación es tal que se ha suspendido el servicio postal aéreo desde Grecia hasta mañana, igual que los países occidentales han comenzado a blindarse frente a los vuelos de carga procedentes de Yemen. Ninguno de los artefactos ha llegado a estallar, pero han cumplido su cometido con eficacia, instalando el miedo en cada avión que despega o aterriza.