por más veces que me lo explican, nunca consigo comprender del todo ¡cómo diantres! conseguimos ahorrar energía con el adelanto y atraso de una hora respecto al uso convencional, pues lo que se gana por un lado, en principio se debería perder por otro, de no ser que, los que ganen a la mañana, entiéndase empresa y empresarios, no pierdan a la tarde, y viceversa, quienes pierdan a la tarde, tradúzcase hogares y familias, no ganen a la mañana, porque de otro modo las cuentas no salen.

Picaresca típica que practican desde hace mucho las grandes compañías de telefonía o correos, con grandes descuentos en conferencias internacionales y envíos de larga distancia que son las más requeridas por las empresas, al tiempo que se aplican abusivos precios en las llamadas y envíos locales, lo más demandado por el ciudadano de a pie, por lo que una vez más resulta que el asalariado, además de dar de ganar a su patrón primero con su trabajo y luego con su consumo diario, ahora también sucede que le paga a parte de los servicios ya comentados, el ahorro energético, pues que yo sepa, las eléctricas han hecho oídos sordos a la hora de anticipar la tarifa nocturna a los hogares ahora que la noche empieza a las cinco de la tarde.

Le tenía ganas al asunto desde la pasada primavera, que andaba yo demasiado estresado como para dejarme escamotear una hora de sueño sin consecuencias. La hora recuperada en mi cómputo personal la madrugada del pasado domingo me ha servido para reflexionar sobre esta cuestión y elaborar la presente especulación: ¿No sería posible aprovechar esta retorcida treta del capital por una vez en favor de la ciudadanía? La respuesta favorable me la ofreció una vez más, una serendipia matemática, cuyo lenguaje, a decir de Galileo, es con el que debemos leer el libro de la Naturaleza. De este modo, es fácil caer en la cuenta de que los doce meses del año y las 24 horas del día estaban llamadas a coincidir de algún modo para este menester.

Pensando, pensando, me he percatado de que lo verdaderamente malo de cambiar la hora no es retrasar los relojes 60 minutos a finales de octubre, sino en un vicio corrector tenerlos que adelantar en primavera. Habiendo doce meses al año y siendo 24 horas las del día, todo cuadra para que los beneficios de adelantar una hora el reloj, se multipliquen sucesivamente al menos dos veces mensuales precisándose sólo de un único ajuste al finalizar el ciclo, el cual, lejos de ser una corrección que requiera sacrificio de los sujetos, supondría una mera coincidencia matemática cíclica hallándose para el disfrute social, de un día extra vacacional en el calendario. El nuevo cambio horario sería como sigue: cada Primero y 16 de mes, se atrasaría una hora las manecillas del reloj, de modo que tras las doce campanadas del 31 de diciembre oficial, el día Año Nuevo, se repetiría dos veces. Los dos por supuesto festivos.

Este Primero de Año bis saldría de las 24 horas restadas a lo largo de los dobles atrasos de los doce meses anteriores. Como se ve todo un chollo, cada quince días todos dispondríamos de una hora más para dormir, o lo que es lo mismo, dos días de 25 horas al mes, o 24 días de 25 horas al año y encima, lejos de tener que recuperar todas esas horas ganadas para el descanso reponedor, el propio sistema premiaría los adelantos horarios con un día extra de ocio para la población. Entonces, sí que comprenderíamos dónde está el beneficio. Y me adelanto a las posibles objeciones sobre los trastornos que para el biorritmo del organismo puede acarrear esta nueva disposición horaria, comentando que países como Canadá, Finlandia, Noruega, Suecia, etc. lo tienen mucho peor y no pasa nada.

Nicola Lococo