Cuando Rubalcaba dice que la política antiterrorista no va a cambiar y que a la legislación creada para combatir a Batasuna no se le va a tocar ni una coma está apostando por una solución exclusivamente policial. Y cuando dice que los batasunos podrán concurrir a las municipales si rompen con ETA y condenan la violencia, nos está contando una trola, porque con las leyes actuales ni es posible certificar en sólo cuatro meses el fin de la violencia, ni cabe señalar con certeza a quién le corresponde hablar en nombre de un espacio político que jurídicamente no existe, y que los jueces pueden reproducir, con consecuencias de validez general, en todos y cada uno de los posibles implicados, en sus primos y familiares, en los que juegan al tute con ellos y en cualquiera que beba txakoli.

El terrorismo vasco es un fenómeno de extrema complejidad, con 50 años de historia sangrienta, que va sin duda camino de la extinción. Pero pensar que en ese fenómeno es posible establecer un corte limpio e irreversible que marque toda la diferencia que existe entre el y el no, es una equivocación absoluta. Una banda terrorista, aunque esté fracasada, se puede fragmentar, contradecir y regresar cien veces. También puede perder su capacidad de hablar con una sola voz y empezar a hablar por varias bocas y con estrategias contradictorias. Y hasta es posible que, antes de desaparecer del todo, pueda ser suplantada por otras organizaciones o locos singulares. La banda se extinguirá, sin duda, pero nadie podrá certificar ese hecho mediante una sola declaración y en un solo tajo. Y por eso cuando Rubalcaba o Rajoy hablan de su fin como una condición previa a la comparecencia electoral del espacio abertzale, están abriendo puertas falsas en nombre del Estado.

Mientras la Ley de Partidos no cambie, la política no tiene ningún control sobre este proceso, porque ni Batasuna tiene capacidad para pronunciarse de forma jurídicamente cierta, ni nadie podría evitar que una sola declaración de un individuo, directa o indirectamente relacionado con los abertzales, se convirtiese en la disculpa invocada para devolverlo todo a un ámbito judicial lleno de discrecionalidades. Y por eso todos los que trabajan esta vía para romper el estrangulamiento del proceso de paz nos engañan abiertamente. Aunque Batasuna compareciese en las elecciones mediante un compromiso de urgencia, todo sería como un castillo de naipes que, al menor soplo de la Ley de Partidos, podría derrumbarse. La solución que dan Rubalcaba y Basagoiti es exactamente la misma, y mejor me parece el hablar claro y sin fisuras del dirigente del PP que crear, como hace el PSOE, alternativas aparentes.

No seré yo quien niegue la legitimidad -aun sin compartirlas- de las soluciones policiales que muchos reputan como las únicas honradas y eficaces. Pero si queremos abrir la puerta a soluciones complementarias e inteligentes, que ayuden a desatascar la salida del túnel, no queda más remedio que apostar en serio por la reconducción política de los batasunos, aguantar las incidencias imprevisibles que los primeros pasos y volver a una concepción radical de la libertad de sufragio que no quede al albur de manipulaciones oportunistas. El inmovilismo puede ser legal pero nunca es política. Y las soluciones, que nadie se engañe, siempre están en la política.