En época de crisis es fácil adivinar lo que pasa por la cabeza de miles de jóvenes: estoy en paro, tengo tiempo -y con suerte unos meses de subsidio-, así lo aprovecho para estudiar. Con suerte me saco una plaza y no volveré a quedarme en el paro.

Pero entre esta fantasía y la toma de posesión hay un duro camino: la crisis ha aumentado el número de opositores, reducido las plazas (la oferta pública de empleo para este año se ha recortado un 87%) y, además, empeorado las condiciones de los trabajadores públicos.

A pesar del panorama, opositar se ha convertido en un refugio para miles de jóvenes. La pregunta que me hago es: ¿hay opositores por vocación? Difícilmente se puede ser policía o juez sin trabajar para el Estado y hay otros a quienes la vida les ha llevado a sentarse horas delante de un libro como la mejor salida que han encontrado. También los hay que ven ahí la única forma de conseguir un puesto acorde con su titulación o el refugio seguro en el temporal económico. Como en época de guerra, cualquier agujero es trinchera.