antes que nada queremos enviarles nuestro mayor afecto a todos los trabajadores del centro, por su cariño, ternura, atención y comprensión. A todos ellos, queremos públicamente darles las gracias y decirles que guardamos un grato recuerdo por el trato personal y profesional que hemos recibido. Nos resulta doloroso comprobar cómo estos profesionales se encuentran dirigidos por tecnócratas que no están, ni de lejos, a su altura y no son capaces de proporcionar unas condiciones de estancia dignas a todas las personas allí alojadas.
Una parte de la Clínica Álava, en concreto su primera planta, actualmente se encuentra en un estado deplorable y dicha afirmación no es gratuita; la podemos realizar después de la experiencia que hemos vivido a nuestro paso por sus instalaciones, ya que hace aproximadamente un mes tuvimos la desgracia de perder a un familiar muy cercano en sus dependencias. Nuestro familiar, muy enfermo, en fase terminal, fue trasladado del Hospital de Santiago al citado centro y en el mismo momento del ingreso, su hija, que le acompañaba en el traslado, no quería dejarle allí. La familia estuvo buscando otras alternativas aunque fuesen de pago, pero lamentablemente no encontramos ningún otro lugar al que trasladarle debido a que necesitaba cuidados paliativos.
Cuando el Hospital de Santiago le dictamina que ya no puede hacer nada más por él, le da el alta y lo traslada, no puedes ocupar por más tiempo una cama en su hospital. Me imagino que el costo de la misma es muy elevado y encima ha sido durante el mes de agosto, donde de manera habitual por estas fechas se cierran camas en los hospitales, aunque luego sus responsables lo nieguen o aducen que es para prestarnos un mejor servicio.
Al llegar a la primera planta de la Clínica Álava nos encontramos unas instalaciones en precario, con habitaciones pequeñas no aptas para dos pacientes y sus acompañantes, con camas arcaicas, aseos antiquísimos, ascensores rudimentarios, salas de estar pequeñas e incómodas, mobiliario viejo y en general destartalado: una verdadera pena. Únicamente nos reconfortábamos con la posibilidad de sacar a nuestro padre del recinto en silla de ruedas y, aunque no pudiéramos alejarnos mucho, sí era lo suficiente como para hallar esa intimidad que nunca encontramos en su interior. La familia únicamente necesitaba una estancia digna, con la intimidad necesaria para poder acompañar a nuestro padre durante los últimos días de su vida, no creo que sea pedir demasiado.
Pero no todos los usuarios de la Clínica se encuentran en las mismas condiciones. Los de la segunda planta se encuentran en situación totalmente distinta, gozan de unas instalaciones reformadas gracias a que la Diputación Foral de Álava impuso la reforma como condición sine qua non para seguir enviándoles pacientes.
No llego a comprender cómo, en un mismo centro, unos disfruten de unas instalaciones modernas y adecuadas y otros tengan otras tercermundistas. Seguramente es porque los responsables de la Clínica no tienen los recursos suficientes como para poder acometer las reformas necesarias o, tal vez, porque a los responsables de enviar enfermos a estas instalaciones no les preocupe mucho el lugar al que los envían y en qué condiciones se encuentra. El caso es que ahora todos los días me acuerdo de la situación de estos ancianos y enfermos, que bastante tienen con sobrevivir en el día a día, y se te encoge el corazón.
Sólo pretendo lanzar una llamada de socorro sobre este asunto y despertar la conciencia de los responsables de esta situación. Estoy seguro de que no dispondrán de muchos recursos económicos, pero todos sabemos que para otras cosas mucho menos importantes que las personas sí se destinan los medios necesarios. Que nadie más pase por el calvario que nosotros hemos sufrido.
Joseba Pérez Hernández