"no es que haga falta más dinero, sino que hay que repartirlo con más inteligencia". Esta brillante conclusión de Ban Ki-moon y su ONU previa a la Cumbre del Milenio que se celebra esta semana en Nueva York es, además de probablemente cierta, una constatación palpable de la pésima gestión de los recursos humanos y monetarios por parte de la propia ONU, en teoría garante de los derechos humanos en el mundo. Seguro que a ningún líder político le falta hoy fruta y bombones en su suite neoyorkina, agua en la mesa de negociaciones y un gin-tonic bien tirado para el después de las durísimas sesiones de trabajo previas o posteriores a la imprescindible foto de grupo para la posteridad. Hace una década ya se juntaron los que mandaban y se fijaron como meta irrenunciable reducir la pobreza a la mitad antes de 2015. Hoy, cuando sólo faltan cuatro años para esa fecha, África y buena parte de Asia Central siguen instaladas en la Edad Media, o algo peor. 1.000 millones de personas viven en la miseria más absoluta y, según denuncia Save the Children, unos 70.000 niños morirán de hambre durante los tres días de debates y conferencias. No sé qué pensar, lo cierto es que se me antoja muy complicado encontrar el modo de equilibrar mínimamente las cosas. Entonces recuerdo otro dato, y es que el mundo dejaría de pasar hambre si se destinara a este cometido el 1% del dinero gastado en el rescate financiero de bancos y cajas tras la crisis. Y las excusas ya no valen de nada. Algo se me escapa, desde luego.