ES verdad: de ilusión también se vive. Este dicho, que lleva envuelto un mensaje de desprecio para el que lo recibe, no deja de ser una buena manera de olvidar el fango en que nos movemos y que, paso a paso, acabará por engullirnos si no paramos los pies a quienes nos gobiernan. Y no hay ilusión mejor que la que ofrecen los ilusionistas que durante esta semana van a convertir Vitoria en un gran escenario desde donde intentarán arrancar sonrisas o gestos de asombro a los vecinos de la capital alavesa. Y es fácil que así ocurra, porque Magialdia no sólo se ha convertido en una de las citas más importantes del calendario gasteiztarra, sino que también puede presumir de ser una de las paradas más importantes del año para los profesionales de la prestidigitación: es decir, que por nuestras calles, plazas y escaparates vamos a poder disfrutar de algunos de los mejores números del momento. Déjense arrastrar unos minutos, será suficiente. Si cierran los ojos recordarán a aquel señor que se plantó en una de las paredes de la Virgen Blanca a varios metros del suelo, a aquel chaval que en las paradas del tranvía convertía la espera en una delicia, al dueño de esas manos velocísimas que hacían posible lo imposible a unos centímetros de las caras del improvisado público, o a ese maravilloso anciano al que le sobraba una mano para darle la vuelta a la realidad. Ellos viven de la magia, de un maravilloso trabajo que logra que a algunos, como al que suscribe, se les olvide por unos minutos el presente vacío de ilusiones al que nos quieren condenar.