algunos defienden que el verano en Vitoria se estira hasta Olarizu, o sea que hasta el lunes, todos parados o al ralentí, que la tradición pesa mucho y no es cuestión de romperla aunque la crisis aconseje trabajar -los que puedan, claro- más que descansar. Otros creemos que, en realidad, el verano dura hasta que los nenes empiezan las clases. O sea, un poco menos que los amantes de la romería. Ahí es cuando de verdad nos abraza la rutina para no soltarnos más hasta el 23 o 24 de junio, que es cuando los hijos vuelven a estar listos para asilvestrarse y mandar a paseo los madrugones, los desayunos acelerados, la falta de descanso, las extraescolares y los deberes. Mientras no es verano, los padres pueden relajarse un poco más, o eso dicen los que aprecian de verdad ver los trozos de películas o series que dan por la noche entre los anuncios, echar veinte minutos de siesta al mediodía, trabajar y correr de un lado para otro, no sea que el niño se pierda sus lecciones de violín, de inglés, sus entrenamientos de baloncesto, de fútbol, de tenis, de patinaje... Eso sí que es bendita rutina, dicen. Ya era hora de que se acabase el verano y volviera la normalidad. Pues no sé yo si tanto o tan calvo. Veo algunas portadas de periódicos con niños exultantes el primer día del cole y otras que reflejan un auténtico drama. Madres, padres y abuelos, muchos abuelos, no dan de sí para llevar y recoger a los enanos. Quizá sería mejor vivir un poco más todos los días del año, aún a costa de vacacionar y trabajar, por poner, al ochenta por ciento.