vaya por delante la confesión de que el apagón analógico me pilló de lleno y de que carezco de la más mínima autoridad opinativa en materia de televisión. Pese a los insistentes avisos oficiales, no tuve prisa -ni demasiado interés, todo sea dicho- en instalar en mi aparato el ladrillo que permitía adaptarse a la tedeté y, ya sea por apatía o por desapego, al final me quedé sin la mágica señal digital. El tal Hugo Silva que ayer alegró nuestra portada reconozco que es un chico bien guapetón que, sin embargo, apenas me sonaba; eso del Águila Roja lo asociaría al estandarte de Albania y sí me resulta conocida la cara de Mayra Gómez Kemp, pero por el testigo que tomó del mítico Kiko Ledgard en el remake del Un, dos, trés. Y hasta puedo compartir que eso de hacer un festival con famosillos y famosetes de la pequeña pantalla es una forma sui generis de entender la cultura o que alimenta la Vitoria más provinciana. Vale. Pero me parece excesivo -y hasta algo pretencioso- hilar críticas con esos matices ante uno de los pocos eventos independientes que se ponen en marcha en esta ciudad, asumiendo encomiables y valientes riesgos -con la que está cayendo- fuera del cómodo cobijo institucional subvencionado en el que se refugian otras iniciativas y con el mérito de haber conseguido convocar en la capital alavesa durante unos días a lo más cool de la televisión, en una cita quizás no tan cultureta, pero sí popular. La secular tradición vitoriana de sacar pegas a todo lo que se hace o se mueve en esta ciudad nos termina convirtiendo en un tedioso sanedrín de puristas.