mientras despunta la tecnología, se acrecienta el saber científico y se extiende el pragmatismo político incapaces, no obstante, de prescribir el deber, jerarquizar los ideales y fundamentar una acción humana capaz de desarrollar un mundo más justo e igualitario la humanidad va siendo cada día más trapera e insolidaria, intelectualmente empobrecida, virtuosamente limitada, políticamente incrédula y colmada de sí misma. Hoy, por ejemplo, predomina el ateo que no trata de encontrar a Dios, sino de sustituirlo. Aunque eso mismo ya le pasaba a Unamuno y a Juan Ramón Jiménez. Y es que la gente se empecina en hacer lo que no sabe hacer y ocupar cargos para lo que no está capacitado.

Así como Balzac y Víctor Hugo eran curiosos pantagruélicos de la vida, a la humanidad no le interesa las minúsculas, sino las mayúsculas. Por otra parte, ya no quedan apenas porveniristas, sino atroces nostálgicos del siglo pasado, hasta el punto de que hidalgos y señorucos, apoderados y currantes no hacen otra cosa que historia, narración inconexa y descuidada del mundo y sus pobladores.

La política y la economía como ciencias, ciencias serias, prácticas e incluso apodícticamente rigurosas se han apartado definitivamente de la eidética y han iniciado una travesía que ha culminado en un triste naufragio nihilista. El sueño se ha acabado. Lukasiewicz y su cálculo trivalente, Gödel y sus teoremas, Turing y su computadora y Heinsenberg con sus postulados de la mecánica cuántica nos conducen a lo sumo a un humanitarismo escéptico y a una ética indolora más apropiada para tiempos esteticistas.

Asistimos, qué duda cabe, a la expansión planetaria de un capitalismo salvaje, similar al del siglo XIX, que involucra inevitablemente ciclos de recesión económica que causan estragos entre los desfavorecidos y cuyos síntomas más alarmantes son el desempleo, la hambruna y la exclusión social. Y así nos va.

A pesar de lo que el gentío cree, el infierno no es una falacia ni tampoco es necesario buscarlo en un mundo onírico ni en el más allá, pues las llamas del inframundo se esparcen libremente por doquier, sin que hagamos nada por apagarlas. Todos los días sentimos a nuestro alrededor el calor producido por esta gran e infernal hoguera que consume la vida y metamorfosea la sociedad en algo yermo y violento. Pese a que nos proclamamos socialistas, cristianos, pacifistas, ecologistas o archimundialistas, la gente nos molesta sobremanera y el mundo nos incomoda. No en vano nos advirtió Jean-Paul Sartre de que el infierno son nuestros semejantes. Quizá por eso hemos decidido exiliarnos en nuestro cómodo y confortable desahogo privado y en nuestra endogamia vieja y aldeana.

Las catástrofes naturales se suceden sin tregua, las guerras y el terrorismo adoptan nuevas fisonomías que se ciernen como una apocalíptica amenaza sobre la sociedad moderna, que no sabe muy bien a qué atenerse ni cómo responder. Lo cierto es que todas las maldades y calamidades guerras, corrupción, opresión, violencia de género, hambruna, terrorismo, desempleo y pobreza aparecieron en el mundo al destaparse la caja de Pandora, bella mujer modelada con arcilla por Hefesto. La desazón nos abruma, sin embargo, al comprobar que todas estas miserias prófugas han anidado con facilidad en el corazón del ser humano. Hasta el punto de que lejos de encontrarnos apesadumbrados, lamentando las injusticias y las dramáticas desigualdades, las personas se tornan viles, codiciosas, envidiosas, desleales y embusteras.

Y es que muchas gentes han caído bajo la influencia hipnótica de las deletéreas emanaciones de la caja de Pandora, efluvios que se lanzan a una bacanal de injusticias que tienen como premio el poder y el dinero. Éstas son las drogas fáusticas por las que el gentío vende su alma al diablo. Por conseguir poder, fama o pingües beneficios económicos, el gentío cede a unos impulsos que le llevan a destruir la decencia y la bondad que se supone llevamos dentro, aunque intuyo que esto último es mucho suponer.

De seguir por este tortuoso y maligno camino, acabaremos por conseguir que Pandora, precursora griega de la Eva bíblica, traiga de nuevo la desgracia a la humanidad, destruyendo todas las formas de vida incluida la nuestra. Stephen Hopkins ya anunciado que la humanidad, si no coloniza el espacio, se extinguirá en este siglo.

Sin embargo, tras el cierre precipitado de la caja de Pandora lo único que quedó en su interior fue la esperanza, por eso siempre nos quedará, además de París, la ilusión de que algún día el ser humano despertará de esta pesadilla y pondrá rumbo hacia la globalización del socialismo democrático, que devendrá seguramente en una sociedad más justa, más igualitaria y libre de guerras y de violencia. La política de verdad sólo se alimenta de compromisos y resultados. Lo demás es caligrafía sin interés.