Hemos asistido al asesinato de dos guardias civiles y un intérprete en Afganistán. Este hecho interpela una vez más a la sociedad española sobre los métodos y objetivos de la misión de nuestros soldados y cuerpos de seguridad del Estado en aquel lejano país asiático. La evidencia, que ya no puede seguir ocultando el Gobierno de ZP, es que en Afganistán existe no sólo una guerra sino dos. Por un lado la insurgencia contra un gobierno corrupto, impuesto por la comunidad internacional para salvar las apariencias democráticas y, por otro, una guerra del mundo occidental contra el terrorismo islamista, encarnado por los talibán. Pienso que la gran paradoja que ofrece esta doble guerra es que, con la salvedad forzada de Pakistán, los países islámicos, más menos amenazados por sus propios grupos integristas, observan lo que allí ocurre como meros espectadores.