SE han fijado en que esto de las bodas o los niños es como una especie de gripe? De pronto, no se sabe muy cómo -no hablo literalmente, ya me entienden-, se cierne sobre ti un tsunami matrimonial, por poner. Tus amigos o caen noqueados por la pandemia imparable o parecen haber decidido en contubernio casarse el mismo año -cuando no el mismo mes-. Pero es que las bodas se multiplican entre conocidos, vecinos, compañeros de trabajo... En fin. Lo mismo ocurre con los infantes. De repente las mujeres de tu pequeño cosmos hacen la danza de la fertilidad o yo qué sé y hala, viva el patuco. Yo me encuentro en medio de esta vorágine, cautiva y desarmada. Y eso que lo mío es bastante modesto. Alguna amiga ha firmado hasta siete invitaciones a casorio en doce meses... ¡varios años! Así que sospecho que la otra oleada, la infantil, comenzará en breve, aunque ya empieza a dar señales de que se aproxima. Muchos pensarán ¡horror! Se equivocan. En estos tiempos de blackberry y velocidad vital, tener excusas, buenas excusas, para aparcar lo demás y juntarte con la gente que quieres es un lujo además de uno de los mayores placeres. Este verano me he perdido un par de esas citas ineludibles, una de ellas porque tocó decir adiós a alguien muy querido. Otra, este fin de semana, porque, como dice mi madre, antes está la obligación que la devoción. Así que sirvan estas líneas chicas/os para daros las gracias por los ratos, las risas y las historias. Cristina, te debo un patxaran. Oihana, te debo un baile, aunque tú y yo sabemos que eso -yo bailando- no es una buena idea.
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