NO hay camino para la paz, la paz es el camino. Es una célebre frase de Gandhi que deberíamos llevarla perennemente en la memoria. Si en verdad queremos cambiar el mundo, hacerlo más habitable, lo que interesa es aumentar las fuerzas humanitarias, el voluntariado de las acciones solidarias, desarmarse y armarse de comprensión. La senda de la paz no es excluyente, uno debe primero querer hacer el camino, luego creer en el camino, y a continuación trabajar hasta desgastarse por el camino. Conseguir la paz es cuestión de nervio, cada cual consigo mismo, no de armas, de tesón humano. Se trata de cuidar y proteger la arboleda de la justicia por todas las plazas en las que vivan personas.

Ciertamente, en los últimos tiempos se habla mucho de obras de paz, que no pasan del mero título, porque para llevar a buen término esta misión, tampoco hacen falta grandes hazañas, únicamente hay que ser un ciudadano de bien. Sólo así producirá sus efectos. Si cada uno de nosotros, desde el lugar en el que mora, rechaza el camino de la violencia y acoge los pasos del respeto y de la estima por los demás, se habrá convertido en una fuerza viva de paz y todos ganaremos, cuando menos en convivencia. No en vano, convivir es cuestión de armonizar modos y maneras de vida. Y un grano, sí que hace granero.

Bravo, pues, por esas fuerzas de paz que no combaten cuerpo a cuerpo, que jamás entran en el juego de la lucha, que no se dejan envenenar ni por el miedo. Realmente ellos, en muchas ocasiones, son la última esperanza de vida para tantos pueblos oprimidos. La justicia requiere paciencia y razón. Ellos lo saben y lo practican. Ninguna contienda devuelve la rectitud total a los caminos del ser humano. Justamente las fibras humanas, dispuestas a abrazarse, son las que pueden poner orden. A veces, una sonrisa es suficiente. Otras requerirán tender la mano, mostrar que la paz es confianza, para poder caminar todos unidos.

Por ello, el camino de las fuerzas de paz hay que asegurarlo. Siempre. Los gobiernos de todo el mundo han de tomar las medidas necesarias para garantizar el acceso de la asistencia a la población, por parte de estas gentes de luz. Los espacios para las tareas humanitarias deben permanecer abiertos y protegidos, y, en todo caso, las armas son las que sobran. El peor invento del planeta ha sido la guerra. Qué gran negocio para algunos y qué crueldad más grande para otros.

Víctor Corcoba Herrero