EL pasado 5 de junio, 6.000 pacifistas abarrotaron la plaza Rabin de Tel Aviv exigiendo un cambio de rumo sustancial a la situación capitaneada por su Gobierno. Cuestionar de forma abierta los temas más sensibles de la política local no resulta fácil, y menos reunir a tantas personas en demanda de un cambio de rumbo tan audaz.
Israel se ha convertido en el enemigo público número uno de las democracias occidentales con independencia de su color político, algo que los radicales han aprovechado una vez más para sustituir la Estrella de David por la esvástica. Lejos han quedado los tiempos en los que veíamos a millares de israelíes manifestarse por la paz, suplantados ahora por una galería de cañonazos, matanzas y dolor. No obstante, la industria cinematográfica hebrea ha dado sobrada muestra de que la intelectualidad judía va por un camino bien distinto; películas como Vals con Bashir o Lebanon ilustran la cara más combativa que reside dentro de esa compleja comunidad. ¿Cuántos de los ahora críticos se jactaban de haber visto títulos como éstos en su momento? Aparcar nuestra orientación intelectual dependiendo de la dirección del viento es algo totalmente rechazable, darle cambiazo al internacionalismo por una red de regionalismos selectivos es un completo error, pero sobre todo abandonar a los activistas de Israel en este momento supone una injusticia difícil de explicar. Ellos siguen allí, son intelectuales, artistas, creadores, pacifistas, politólogos, socialistas, comunistas, familias, particulares y toda esa clase de marcas que tienen un reflejo gemelo en nuestra propia sociedad civil.
Cada acción militar sepulta sus esfuerzos bajo la misma capa de ruinas que decimos rechazar, la precariedad de medios a su disposición los convierten en masas invisibles, los prejuicios generados por la maquinaria a la que se oponen los arrastra hasta su total anulación... Ya hemos demostrado nuestra empatía con el pueblo palestino, perfecto; hagámoslo también con esos israelíes que pelean contra las guerras o los asentamientos ilegales, al tiempo que respaldan un modelo veraz de convivencia. No podemos seguir alineados con una parte de la ecuación, mientras damos la espalda a quienes son mal vistos por discrepar.
Aunque en Europa nos gusten las historias de buenos y malos, sobre todo porque en su momento no supimos combatir al ogro, debemos saber que la única garantía de paz es la equidad. Reforzar un estado de opinión donde todo lo judío es perverso, nos arrastra a una peligrosa mentalidad de guerra.
Jaime Aznar Auzmendi
Historiador y militante socialista