EL Estado español, Reino de España o España a secas (a gusto del lector) es una rica Babel en cuanto a las lenguas se refiere. Y recomiendo la lectura del capítulo 11 del Génesis de la Biblia, donde cuenta cómo los humanos pretendían, con la construcción de esta torre, alcanzar el cielo y cómo Yahvé, para evitar el éxito de la edificación, provocó a modo de castigo que los constructores comenzasen a hablar diferentes lenguas; luego reinó la confusión y el caos organizativo.
Un muy alto porcentaje de los habitantes de España vive en comunidades autónomas bilingües. Siendo esto así, sería interesante apostar, con tranquilidad de espíritu y sosiego emocional patrio, por la normalización de su uso, enseñanza, aprendizaje, difusión y promoción, además de atender al compromiso adquirido por el Estado español en la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias. El Estado debería pues hacer converger lo legal con lo real y actuar en el ámbito de sus propias administraciones adoptando medidas para la normalización de su uso.
Entiendo que la normalización del euskara, catalán y gallego no es contra el castellano y me ratifico en que lo que se pretende es sus fomentos, enseñanzas, aprendizajes, difusiones y promociones, y ello desde la convicción de que las lenguas no sólo no separan, sino que pueden ayudar a integrar, y que la acción por revitalizarlas puede constituir también a un saludable factor de mejora en la misma convivencia.
Las lenguas son patrimonio común, nadie debe patrimonializarlas, pero tampoco nadie debe sentirse exonerado de asumir su normalización. Y de ahí la necesidad de que los procesos de normalización lingüística tengan los más amplios consensos posibles. Instrumentalizar y/o estimular las lenguas como armas arrojadizas es estúpido e imbécil. Y esta última afirmación es extensible al aquí más cercano y al allá más lejano.
Pero, reconozcámoslo, también hay personas en las que los prejuicios son más difíciles de destruir que los propios átomos, y eso ya lo dijo hace mucho tiempo el mismo Einstein, que entendía mucho de átomos, del infinito del universo y de la estupidez humana, y de lo muy limitado, a veces, del sentido común y de la inteligencia en los bípedos racionales.
Creo que debemos aumentar nuestro compromiso a favor de una mayor igualdad entre las lenguas, para que en las siete Euskalerrias los vascos que deseamos vivir en euskara podamos hacerlo efectivamente. Pasos eficaces hacia el bilingüismo real entre el euskara y el castellano, con progresividad y respetando la voluntad de la sociedad, convencidos de que cuanto más bilingüismo real y efectivo haya en nuestra sociedad, más igualdad y más cohesión habrá entre nosotros. El euskera nos necesita a todos, y necesita, sobre todo, ser utilizado. Es imprescindible mantener al euskera a salvo de cualquier instrumentalización, de cualquier indiferencia y de cualquier agresión. Y sería saludable que fuera asumido como patrimonio cultural activo propio de todos por encima de cualquier otra diferencia.
Largo y tortuoso ha sido y es el recorrido de la lucha común por la normalización del euskera, del catalán y del gallego en el Estado español. Habría que remontarse a 1901 y referirnos a Kizkitza, cuando desde Euskadi promovió relaciones con Galicia y Cataluña buscando agrupar el trabajo en común con ambos pueblos. Habría que remontarse también a veinte años más tarde, cuando se firmó en Barcelona el pacto por un Estado plurinacional, pluricultural y plurilingüe. Sería bueno recordar que posteriormente, unos sesenta largos años más tarde, en 1998 se firmó la llamada Declaración de Barcelona, donde se suscribió el compromiso de trabajar, de nuevo y una vez más, por ese Estado pluri. Es bueno remontarse también al último año del Gobierno Ibarretxe, en el que los gobiernos de Galicia, Cataluña y Euskadi firmaron un Protocolo General en Política Lingüística. Aunque a día de hoy habría que reconocer que es penoso constatar que, en lo referente a este recorrido de colaboración, el Gobierno del cambio de López es plano e incoloro. Ya lo dijo Séneca: "Nunca existe un viento favorable para el que no sabe a dónde va".
Termino con una cita de Patxi Baztarrika: "La clave de la cuestión reside, a fin de cuentas, en que Babel sea considerada no una maldición sino una bendición, puesto que es la diversidad lingüística lo que hace posible que los seres humanos nos comprendamos mutuamente".