el terrible episodio de maltrato que ayer dio lugar a la detención de un joven en Vitoria muestra dramáticamente las caras más sombrías del fenómeno de la violencia machista. Una chica ha estado encerrada por su novio durante dos días contra su voluntad en una vivienda de Salburua, en el que la pareja compartía una habitación, y esas 48 horas se convirtieron en un calvario de golpes y vejaciones. Vuelve a repetirse la juventud del agresor y la víctima -la Policía Local ya ha advertido en varios de sus informes sobre lo preocupante de este dato- en un caso de maltrato en la capital alavesa, lo que desmonta algunos estereotipos sobre el perfil de las mujeres que lo sufren, no necesariamente de edad avanzada ni con bajo nivel cultural. Además, sobre el presunto agresor pesaba una orden de alejamiento, una medida cuyo sistemático quebranto deja a la mujer -aun cuando ella misma acepte el reencuentro- en una situación de absoluta vulnerabilidad y desamparo. Pero es que, por si fuera poco, por añadidura en este caso concurre otra circunstancia aún más sobrecogedora: los otros cuatro ocupantes del piso compartido ni se inmutaron ante la situación que estaban viendo en la habitación de al lado e incluso reiteradamente le negaron ayuda a la víctima, por lo que también fueron arrestados, acusados de denegación de auxilio y colaboración en el rapto. La pasividad social ante los casos de maltrato que muchos veces se producen en entornos cercanos y cotidianos -aunque no lleguen a ser tan dramáticos como éste- sigue siendo una batalla pendiente que compromete a toda la sociedad en la lucha contra la violencia machista. Es imposible entender que a estas alturas se den casos como el que se acaba de vivir en Vitoria, pero es que en nuestra sociedad subsisten roles muy arraigados. Un informe que el Ministerio de Igualdad ha difundido esta misma semana revela que cuatro de cada diez ciudadanos sostienen que son las propias mujeres las culpables de la situación por seguir conviviendo con sus parejas y siete de cada diez atribuyen la violencia machista a problemas psicológicos del agresor. La conciencia ciudadana sigue pasando por alto la compleja red de valores, asignaciones de papeles y comportamientos sociales y dependencia de la mujer que subyace en el problema.