la aprobación el pasado jueves por parte de la Comisión de Trabajo del Congreso del proyecto de ley de la reforma laboral del Gobierno volvió a dejar patente a los ojos de la opinión pública la soledad de José Luis Rodríguez Zapatero, incapaz hasta el momento de concitar apoyos suficientes que garanticen la gobernabilidad del Estado con una mínima estabilidad. Zapatero sabe que en este contexto, con la geometría variable limitada por todos los márgenes, está en juego su propio futuro y el de su partido en responsabilidades de gobierno. De ahí que se haya empeñado personalmente en lanzar mensajes hacia donde sabe que puede existir voluntad de acuerdo. Y fundamentalmente -con Cataluña en precampaña y CiU jugando ya en clave electoral en plena resaca del varapalo del Constitucional al Estatut- hacia el PNV. Ya lo hizo directamente en su discurso en el debate sobre el Estado de la Nación en el Congreso y ya recibió respuesta por parte jeltzale. Ayer, el presidente del EBB, Iñigo Urkullu, volvió a reiterar, con motivo de la festividad de San Ignacio -esto es, en un acto con plena solemnidad, en el cumplimiento del 115 aniversario de la fundación del PNV-, su disposición a un acuerdo, pero vinculado al desarrollo pleno del Estatuto de Gernika, 31 años después. Éste es el marco en el que se juega la partida, cuya próxima jugada será clave, ya que estará en los próximos Presupuestos Generales. Oferta y demanda. Los jeltzales están en condiciones de poner un precio que en otro momento hubiera sido impensable a sus seis escaños y Zapatero sabe que, para lograr el apoyo nacionalista, tendrá que pagar. Y la factura se llama compromiso con el autogobierno vasco. Ni más ni menos. Pero esta realidad tiene una derivada insólita en la situación de atrapado bajo el fuego amigo en la que se encuentra el Gobierno de Patxi López. Temeroso de verse envuelto en la misma emboscada que Moncloa le tendió hace un año con las políticas activas de empleo, López se ve en la comprometida tesitura de ejercer de vigilante de una negociación de transferencias que, en teoría, le beneficiarían, pues pasarían a formar parte de su gestión. Pero el logro de su traspaso sería capital del PNV, tanto como el descrédito de la posición del Gobierno Vasco. Zapatero y López deben deshojar esa margarita. Es el propio presidente español el que se juega su futuro.
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