Cuando nos vamos haciendo mayores cuesta decir adiós o, diciéndolo de forma más o menos parecida, es más costoso despedirse. Infinitas veces hemos pasado por ese trance y, muchas veces, es triste renunciar a tanta gente que formó parte de nuestra vida. Parecía que iban a estar siempre con nosotros, pero hubo que despedirles. Y ahora cada vez nos cuesta más. Todo nos cuesta más y quizá esto sea debido a que pensamos que nuestra partida es cada vez más cercana. Y despedirse es más costoso. Frivolizando y dejando de ser trascendente, pienso en tantas veces en que hemos iniciado una despedida con un anda, tómate la penúltima copa o tómate otro cafelito. El último, que es el último, hombre. A lo que el amigo contestaba, "de verdad, que me voy ya" y se despedía. Los nietos se despiden y antes de irse buscan a la abuela -que les da dos caramelos habitualmente- y después vienen los besos de la despedida. Mas ahora todo va a comenzar a cambiar. Lo sospecho. No habrá última copa ni último café. Solamente un beso. Tampoco dos caramelos, solamente uno. Ya todo temo que está dando las últimas boqueadas. Seremos más cortos en las despedidas.