Noche oscura. Me voy caminando a casa y paso frente al Museo del Prado; ha llovido otra vez. En un banco de piedra, bajo los grandes árboles, refugiado con unos cartones que pueden empaparse rápido si vuelve a derramar el cielo sus líquidos dones, la figura de un indigente tumbado, envuelto en telas, para defenderse de las altas horas de la noche que con excesivo frescor acechan. Me maravillo.

En esta sociedad tan rica que los más ricos están empobreciendo no hay sitio bajo techo, cuando llueve, para los mendigos. Pero alzo la vista y descubro un gran cartel, enorme, en el vecino Ministerio de Sanidad. ¿Será una enfermedad? Se han gastado una importante cantidad de dinero en hacer esa curiosa y práctica publicidad: 2010, Año Europeo de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social. ¡No a la pobreza! Mientras, un grupo de gobernantes que han recortado gastos a todos los demás van a reunirse unos días en un hotel de lujo y a darse comilonas en los mejores restaurantes del país. Cáritas, la fundación de la Iglesia que ayuda a los necesitados, ha batido todos los máximos en dar de comer a los hambrientos. Los anticlericales van mientras a disfrutar del dinero que sustraen a todos mediante las leyes, el mismo que les entregan, sin condiciones, a banqueros y ricos. Los niños acuden con sus padres a mendigar comida, sin trabajo ni hogar. Nos han organizado este mundo de injusticias: las leyes, basura mental que han excrementado desde unos cerebros monstruosos para beneficiarse una casta de todos los demás.

La infancia, un aborto sangriento que estorba a sus pasos con zapatillas de oro. La vejez, eutanasia que ha de llenar los cementerios, para quitarles las pensiones incluso a las calaveras. Los sindicatos, hordas corruptas de sobornados, al servicio de un capataz que dice vestir de obrero mientras engulle caviar y langosta. Pero el pueblo sigue dormido, no protesta. Esclavos voluntarios de los peores.