Charlábamos sobre estancias en el extranjero entre jóvenes veinteañeros formados en diversos países y maduros cincuentones con mucho turismo. Coincidíamos en lo que se aprende viajando y en los modos de compartir trayecto. Simplemente, al caminar por las aceras se puede determinar el nivel educativo de un país. En países anglófonos (Reino Unido) puede que nos empujen si tienen prisa, pero siempre se acompaña de una sonrisa y un excuse me (excúseme). Lo mismo sucede en países francófonos, donde no falta el je suis desolé (estoy desolado).
El transporte público es otro observatorio de modales. La atención y cuidado hacia quienes más lo necesitan casi ha desaparecido. Ni se ceden asientos a personas mayores, ni a mujeres embarazadas o con niños pequeños. La circulación en vehículos, aunque sean bicicletas, adolece de la misma agresividad y falta de civismo. El respeto a los pasos de cebra es absoluto, incluso en países como EEUU, donde hemos visto que los coches se paraban sólo para no interferir en alguna foto. La calma de conducir en otros países, índice de cultura, es algo que se añora al circular por la jungla en la que hemos convertido nuestras ciudades y carreteras. Conclusión: la educación para la ciudadanía o los buenos modales aplicados a la convivencia cotidiana necesita un repaso.