ESCRIBIÓ André Breton: "Aquello que más necesito decir no es lo que mejor digo", cosa que les pasaba también al resto de los surrealistas. Sin embargo, uno piensa que ser veraz es fácil, pues la verdad es por sí misma una sintaxis perfecta.

El socialismo imaginado, deseado y requerido, llamado a desplegarse en este país como la expresión del anhelo de libertad, justicia e igualdad, implícitamente alternativo e impertérritamente imparable, ha colisionado frontalmente con una grave crisis económica, causada por la ambición desmesurada de un mercado filibustero y paradójicamente libertario que, sin el menor escrúpulo, deslocaliza y externaliza el capital de donde ya no le interesa a donde más le conviene. Y si el escenario mercantil se le antoja adverso, cuenta, además, con la exoneración de impuestos y la opacidad bancaria de los cuarenta paraísos fiscales que hay en el mundo.

Pese a que el socialismo descentra y amenaza las nociones anquilosadas de las hechuras políticas de la derecha, tradicional y predecible, y asedia, cada vez más, a los conservadores, que continúan planeando vuelos retóricos por los cielos de la retardataria tradición neoliberal, el socialismo, digo, se encuentra ante una cruda realidad de la que no es responsable, sino una víctima más, pues, debo insistir en lo obvio: el mundo globalizado lo gobierna el capital. Así que, mientras Europa busca fórmulas para regular el sistema financiero y amortiguar el impacto de los nirvanas fiscales, el socialismo se ve obligado a tomar medidas duras, dolorosas e impopulares, aunque necesarias, para sacar adelante el país.

El pobre se hace contra la adversidad y el rico, a costa de los pobres. Por ello, lo que te piden las hormonas es obligar a los ricos a un mayor desembolso en favor de los necesitados, controlando, si es preciso, sus cuentas corrientes y hasta la hucha en forma de cerdito en la que guardan el dinero negro. Lo malo es que los ricachones a calzón quitado, en cuanto huelen a impuestos, abracadabra, parecen pobres. Esto es, en menos de cinco minutos y vía on line, mandan sus dineros a un recóndito lugar donde no tengan que pagar impuestos. O sea, o vamos con tiento, o nos quedamos sin ricos. Y es que lo que de verdad les mola a las grandes fortunas es hacer dinero donde más facilidades se les dé y, si es posible, defraudando a Hacienda.

En este nuevo escenario político, radicalmente modificado, neoliberal y desesperanzado, es un desatino e incluso una vergonzante irresponsabilidad que el PP, sin más pretensiones que las electorales, orine contra los muros de la patria suya, tirando como el que más, para su mayor sonrojo, de la crispación social y de una oposición cicatera. La burda estrategia política orientada a la descalificación constante del Gobierno socialista de ninguna manera es benigna en sus consecuencias. Y es que, dejémonos de añagazas, el PP, con su ruin alarmismo, lejos de contribuir a dar confianza a los mercados, ahorma y asfixia la eficacia de cuantas medidas se van tomando. Vamos, que el PP, desde los atentados del 11 de marzo de 2004, no ha logrado superar su infarto intelectual y sigue empecinado en la contienda secesionista de las dos Españas. El PP se merece que se le varee a modo para que despierte de su atropellamiento poco inspirado y abandone de una vez esa actitud que todo lo alborota y subvierte. Y ojito con él, pues el alma franquista todavía vive, porque es eterna, como todo lo que no sirve para nada. Y es que lo malo, a diferencia de la excelencia, dura demasiado. Pues eso, si es necesario apretarse el cinturón, nos lo ceñimos un poco más; si hay que reformar el mercado laboral, lo cambiamos y en paz; si además hay que hacer una huelga general, aunque sea contradictoria, pues se hace. Pero eso sí, bajo luces carmesíes y de la mano de la justicia redistributiva, al rico, perdigón en el ala, y cuando apenas pueda volar, se le endosa una subida impositiva como las que mandaba Eduard Bernstein. Y después a repartir los sustanciosos desembolsos entre todos los afectados, es decir, entre los de siempre. En fin, pese a estos duros momentos, el proyecto que lidera el socialismo busca escenarios realistas y políticas elocuentes para combatir con contundencia el sufrimiento humano y la evidencia de la injusticia social.

El socialismo nunca va a elevar a norma moral un modelo financiero tan manifiestamente inmoral que ha provocado la necesidad idealista de su superación. Es más, aunque coyunturalmente tenga que golpearse la cabeza contra la jaula de hierro de unas medidas dolorosas pero necesarias, no renuncia a construir una idea del bien, no meramente positiva ni tampoco extravagantemente utópica, pero sí una idea que recoja buena parte de las aspiraciones de las víctimas, de los débiles, de los oprimidos y de los marginados. Una idea que poner en el horizonte, a la que mirar y desde la cual pensar y orientar la política social.