Para André Breton o Guillaume Apollinaire era en los años veinte relativamente fácil -sin restar un ápice de mérito al que da primero- subvertir la estética y la moral burguesa. Estaba todo por hacer. El resto del siglo nos dio ilustres seguidores del absurdo como Eugène Ionesco, Groucho Marx o Woody Allen. Y para el siglo XXI el listón estaba ya muy alto. Pero me permitirán que cite de pasada un espot de la tele. Ese en el que el coche anunciado tenía que sortear en su camino, al son de la música de The neverending story, una vaca sorda tirada por una Campanilla en patines, un estrafalario y patoso superhéroe tragándose el asfalto en su caída o... hasta el propio Richard Clayderman con su hortera traje blanco irrumpiendo en medio del trayecto, con piano y todo. ¿Recuerdan? Pues bien, a veces las noticias nos ofrecen perlas que poco tienen que envidiar al surrealismo ficticio. Una horda de ranas obstaculiza el tráfico en una autopista griega, titulaba este fin de semana la prensa en Tesalónica. Miles de batracios salieron de un lago en busca de comida e inundaron la autopista hasta hacerla intransitable. Antes de que la policía la cerrara al tráfico, varios coches patinaron y llegaron a salirse de la calzada al intentar esquivar a las ranas. Sólo en un país mediterráneo los conductores arriesgan su seguridad para salvar a las intrépidas ranas. Ese es uno de los problemas de la UE, que mentes como la de Angela Merkel podrán ganar un ridículo festival de Eurovisión, pero nunca entenderán a los griegos... ni tampoco han leído el Manifiesto surrealista.
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