Valles alaveses de sutil belleza;
encinares, hayedos, robledales
ahora invadidos por la tristeza,
después enclavados de catedrales
que conducen voltios, dejan pobreza,
propician enfermedades letales;
fuente de progreso para quien espera
hacer del consumismo su bandera.
Montes donde el cuco ya no canta,
del peligro el arrendajo no avisa
y el frondoso bosque ya se decanta
hacia una regresión lenta y sumisa
a la alta tensión que hiere y espanta
los seres vivos, despacio, sin prisa.
¿Pero Planeta, qué mal nos has hecho
para tratarte con tanto despecho?
Valles en manos de la suerte
del poder ambicioso de dinero
al que no importa heriros de muerte,
os defenderé con tesón y esmero
de mano no menos sucia que fuerte
que suplanta árboles por vil acero.
Aunque el desarrollo no os quiera,
seré vuestro, aun después que muera.