¡YA estamos! Acaba de arrancar el Mundial de Fórmula 1 y ya lloran los acérrimos de Fernando Alonso. Hasta ayer, como quien dice, el problema del asturiano era el coche, que no daba más de sí. Antes, la culpa de todos sus males era el trato privilegiado que recibía el malo malísimo Lewis Hamilton, un novato -el campeón del mundo más joven de la Historia por delante del propio Alonso- al que la tenebrosa McLaren favorecía descaradamente para fastidiar al español, incluso (¡qué idiotas!) echándose piedras contra su propio tejado. Pero ya verían ya, que nuestro piloto se iba a marchar a otro equipo y los de McLaren ya no se iban a comer ni un colín, que toda su progresión se debía a la inmensa sabiduría de Alonso. Por fin el asturiano regresó a Renault... y Hamilton logró el Mundial. ¡Vaya por Dios! Y el año pasado lo ganó Button, el inglés al que nadie en el entorno próximo a Alonso respeta pero que a día de hoy vuelve a ser el líder de la parrilla con dos victorias parciales en su haber. ¿Y Alonso? Pues anda más que antes desde que ha fichado por Ferrari, e incluso vuelto a ganar un Gran Premio. Pero, miren ustedes por dónde, el McLaren de Hamilton sigue corriendo tanto o más que los demás mientras que Alonso rompe motores o se equivoca adelantándose al semáforo en la salida. Ya, pero el malo malísimo sigue siendo Hamilton que hizo algo raro con Vettel en el pit lane -por cierto, lo mismo que Alonso con su compañero Massa; pero eso mejor obviarlo ¿no?-. Primero, cuarto, abandono y cuarto. Y la culpa siempre es de otros.