SI fallan las profecías mayas, o aztecas, o de donde provenga el vaticinio de que el mundo sufrirá un cambio catastrófico en 2012, Aitzol quizás se encuentre dentro de quince años con una realidad diferente a la que ahora tenemos. El chaval acaba de nacer en Txagorritxu, a mitad de camino de Laguardia, donde vivirá su niñez, y de Llodio, origen y santo y seña de su ama; el aita, donostiarra, intentará mostrarle los atractivos del cosmopolitismo costero, aunque el alavesismo de Aitzol queda fuera de toda discusión. Quizás en 2025 la violencia en Euskadi sólo sea un triste recuerdo en los libros de historia; quizás pueda viajar de Vitoria a París en un tren de alta velocidad; quizás lo pueda tomar en una estación intermodal de verdad, que sea motivo de orgullo para todos los gasteiztarras; quizás pueda asistir a grandes conciertos en el magno auditorio de la plaza de Euskaltzaindia, el nuevo motor económico de la ciudad; quizás pueda trasladarse de Salburua a Zabalgana en la línea cinco del tranvía, sin tráfico que moleste su tránsito; quizás pueda disfrutar aún de los tesoros naturales de Montaña Alavesa, preservados tras fracasar el proyecto de los gigantes eléctricos de ochenta metros; quizás pueda conducir coches que no necesitan gasolina; quizás pueda disfrutar del corredor que liberará el soterramiento del tren, un gran paseo dedicado sólo al ocio de los ciudadanos; quizás... Hay tantos quizás, Aitzol, que basta con que se cumplan la mitad de ellos, o sólo el primero, para que Álava y Vitoria formen parte de un mundo mejor.
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