Cuando el mundo descubrió hace algo más de dos años que el agujero de las hipotecas basura estadounidenses tenía dimensiones insondables y extensión infinita, se dio por hecho el fin de una era, el fin del capitalismo tal y como se había conocido; se vaticinó que, sin lugar a dudas, el futuro de la humanidad pasaba por su refundación. El caso griego evidencia, con toda la crudeza, que más allá de algún parche coyuntural, ningún gobierno ha sido capaz de ponerle el cascabel al gato. La zona euro anunció ayer el acuerdo para conceder un préstamo de 30.000 millones de euros a Grecia. Hay múltiples razones que aconsejan a la UE salir en auxilio del país heleno, desde los millonarios compromisos que la banca del eje franco-alemán tiene allí -hoy por hoy, Francia y Alemania son el motor y el corazón de la UE-, al temor -casi hecho realidad en el caso español hace apenas un par de meses- de que la deuda griega se contagie a otras economías europeas, pasando por la propia supervivencia de la credibilidad del euro y, por ende, del proyecto de la Unión. Pero la gran tragedia de todo esto es que la mecha que acelera la necesidad de que el resto de socios del euro auxilie a Grecia es la voracidad de los inversores, cebados en la deuda helena y que han hecho que los tipos de interés de las obligaciones griegas se pongan por las nubes -Atenas tendrá que pagar ya un 7% más de interés por sus bonos de deuda pública tras una semana de turbulencias bursátiles-, disparando el coste de préstamos del país y hundiendo aún más su maltrecha economía. Resulta que los mismos tiburones financieros que hundieron las economías mundiales hace dos años campan hoy a sus anchas dispuestos a recoger ganancia en el río que ellos mismos revolvieron. El riesgo después de este boca a boca de Bruselas a Atenas, advierten algunos, es que esos mismos especuladores busquen otras economías maltrechas, y en la lista de candidatos España está muy arriba. La gravedad de la situación exige medidas que reactiven el escenario económico, que vuelvan a poner en marcha los motores y palíen las brutales consecuencias sociales de esta crisis y una de ellas en especial, el paro. Ahora bien, esta tragedia será completa si quienes están en condiciones de hacerlo no reformulan los mercados y los sistemas de control, la auténtica tragedia será que volveremos a tropezar en la misma piedra.