LA aprobación ayer por el Consejo de Ministros de 26 de las 54 medidas contra la crisis que formaban parte del documento enviado a la oposición tras la denominada Comisión Zurbano, junto a cinco medidas adicionales, trata de dar respuesta a una doble necesidad que, sin embargo, no ha sido plenamente satisfecha en ninguna de sus dos vertientes. En la menos relevante, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero pretendía, porque le urgía y le urge en un momento de agudo deterioro de su imagen, ofrecer a a la opinión pública una representación de liderazgo institucional y político del que realmente carece mediante la exhibición de una unidad con forma de pacto de Estado que le sirviera también para repartir en el medio plazo, es decir, con un horizonte electoral, la responsabilidad de la situación económica. De ahí las formas con que se convocó y planteó la comisión y la premura con que se presentaron las conclusiones al resto de los partidos políticos. Sin embargo, al hacerlo, el Ejecutivo socialista quebró la posibilidad de trocar la necesidad en virtud y se ha visto obligado a minimizar el perfil público de los presumibles acuerdos ante la prácticamente unánime negativa de la oposición a servir como acompañante de una operación de lifting. Esta primera vertiente, además, ha incidido negativamente en la parte esencial de la necesidad, que no era otra que la corrección inmediata de esa ineficacia y la puesta en práctica de medidas a todas luces urgentes pero ya retrasadas en exceso. El planteamiento de la comisión y la falta de iniciativa de quienes representaban al Gobierno ya colocó al borde del fracaso la primera ronda de conversaciones y ha condicionado después todo su desarrollo. Las deducciones por rehabilitación de viviendas, los créditos del ICO, ciertas ayudas a las pymes y el intento de organizar, si es posible, el sector financiero se pueden catalogar, a priori, como iniciativas que la economía requiere porque ya las demandaba hace más de un año, pero ello no oculta el limitado alcance del conjunto de medidas que, en su mayor parte, aún necesita el refrendo de las Cortes. La oposición, posiblemente por responsabilidad, no pondrá excesivas trabas, pero la realidad es que no terminan de contentar ni de disgustar a nadie. Y esa característica, que en otro momento se podría entender virtuosa, es hoy un déficit.