MI madre recuerda con cierta frecuencia la actitud que mantuve en una reunión a la que nos convocó el profesor de matemáticas del primer curso de BUP, que viene a corresponder, creo, con el actual tercero de la ESO. El maestro tenía malas pulgas, es verdad, e intenté justificar los malos resultados académicos en la asignatura, motivo de la cita, con el socorrido "me tiene manía" o, en segunda instancia, "es que sólo han aprobado dos, y son los enchufados". Ambas teorías se fueron evaporando conforme el profesor y mi madre charlaban amigablemente. Mientras tanto, sentado a la diestra de la jefa, sólo se me ocurrió deslizarme sobre la silla en actitud chulesca, con las piernas abiertas y las manos entrelazadas sobre las partes, lo cual me costó, además de una colleja nada más salir a la calle, una llamada de atención en presencia, ¡ay!, del maestro, quien no logró disimular una sonrisa, que se la vi. Poco que ver, por tanto, con el caso de la agresión de una madre a una de las profesoras de su hija, por la cual ha sido condenada a dos años de prisión. No consigo imaginar a la mía lanzándole un directo de izquierda al tutor del curso, o tirándole del pelo a la seño de Historia, o arañándole le cara al profesor de Filosofía. Y eso que tanto mis hermanos como los amigos que entonces tenía intentábamos enemistar al profesorado con nuestros padres, sobre todo cuando las notas no eran todo lo buenas que nos exigían en casa. Baldíos esfuerzos: jamás nos creyeron. Creo que aquel profesor de mates todavía se ríe de mí. No me extraña.