NOS toca observar el mundo como espectadores impotentes por muy ciudadanos que seamos. A veces, incrédulos, debemos observar las misteriosas encrucijadas en las que se ve envuelto el ser humano y, cuando creemos que hemos encontrado la respuesta que guíe nuestros pasos, nos hallamos en el mismo punto de partida. El caso Haidar rápidamente se ha olvidado en las altas esferas de la política. Marruecos como antigua colonia española y francesa, ha podido establecer estrechos vínculos con la UE y, por este motivo de afectuoso paternalismo, se han establecido ventajosos tratos comerciales. De ahí que se le haya concedido el Estatuto Avanzado, lo cual le permite tener un trato privilegiado, sin necesidad de proceder a ninguna contraprestación democrática. En Marruecos no hay una pluralidad de partidos, ni una legalidad, ni un marco jurídico con garantías como en un Estado de Derecho y, mismamente, mantiene bajo control un territorio en el que ha empleado la violencia y el yugo como armas para imponer su voluntad. Y ese territorio es el Sáhara Occidental.

No es un país, tampoco es una autonomía, vive en ese limbo que permite a Marruecos ignorar las demandas saharauis y acallar todo signo de disidencia interna. Los imperativos de la economía mandan, nos guste o no admitirlo. La necesidad de contar con unas relaciones bilaterales entre Marruecos y la Unión Europea tiene cada vez más importancia. Pero ignorar los derechos humanos y la evidencia de que están siendo negados o cercenados es un acto de irresponsabilidad. El bienestar de las personas viene no sólo relacionado con el Estado de bienestar, sino con otras cuestiones: el ejercicio de nuestros derechos. Por eso, que el rey alauí Mohamed VI sostenga que el conflicto entre Marruecos y el Sáhara, que ha costado cientos de vidas, es artificial, es una estridencia que nos permite valorar hasta qué punto se niega la realidad más meridiana. El rey aboga por una amplia autonomía pero las palabras no pueden ser, esta vez, más artificiales. Si el Estado marroquí no disfruta de una democracia, ¿qué tipo de autonomía es la que puede ostentar el Sáhara? Pero, más cuestionable aún, ¿quieren los saharauis vivir bajo la protección de Marruecos? No. Pero tampoco se les permite manifestarse sobre ello. Cuando el primer ministro marroquí afirmó sin rubor que donde se violan los derechos humanos, después de lo vivido por Haidar (siendo sólo la punta del iceberg), es en los campamentos de refugiados de Argelia, no en el Sáhara, donde habrá uno o dos casos, nos encontramos con un ocultamiento de los hechos.

Ahora bien, lo que no explica es por qué, de vivir tan bien bajo el manto protector de Marruecos, siguen existiendo esos campamentos donde tienen que malvivir miles de saharauis exiliados. Muchas son las cuestiones que se nos presentan y pocas las certezas o las respuestas veraces que conminen a satisfacer las necesidades básicas de una sociedad desamparada y olvidada.

No hay duda de que la estrategia que sigue Marruecos es clara, la asimilación. El tiempo corre a favor del pueblo dominante, que va filtrando a sus ciudadanos hasta garantizarles una situación de poder y privilegio en los nuevos territorios que acabe por debilitar a la población saharaui autóctona. No podemos olvidar las tácticas brutales empleadas por el Ejército marroquí. Pero lo que no es permisible en Europa se permite en otros lugares de manera cómplice, puesto que se refuerza la posición de Marruecos ante este trato de favor. Si a España le costó un esfuerzo diplomático considerable hacer retornar a la líder saharaui, no podemos imaginar en qué consistirá, en verdad, la autonomía del Sáhara, si acaso se produce. No es de extrañar la afirmación de la misma Haidar cuando dijo que "el sentimiento que tienen los saharauis de la traición de España es una herida profunda que con el tiempo no ha hecho más que ahondarse". Su sinceridad hace estremecer.

La participación de España en misiones de paz en Bosnia, en Irak, en Líbano, refuerza, aún más, esta convicción: España, responsable directa del devenir de la que fuera colonia suya, se lavó en su día las manos como Poncio Pilatos y, aún hoy, es incapaz de estar a la altura política que le corresponde. No es capaz de afrontar el hecho de que dejó a un país sin defensa a merced de quien llegara primero. El Sáhara fue dividido como si se tratase el trozo de un pastel sin que nadie se preocupara de defender a la sociedad civil ni de imponer unas garantías legales. Fue como si se dejara un barco a merced de la primera cuadrilla de piratas que lo ocupara y nada se ha hecho para remediar aquello.

A pesar de las muchas provocaciones de Marruecos, con aquella parodia cómica de la toma del islote de Perejil, los tratos comerciales ponen en evidencia que los intereses de la libertad quedan, por desgracia, subordinados a los del capital, de los que siempre se obtienen mayores réditos. El Sáhara nunca vivirá una invasión salvadora como la de Kuwait porque no tiene petróleo. Y porque la justicia, sabemos bien, sólo se emplea para quien puede sufragarla. Pero ha llovido mucho desde que en 1975 España abandonara al Sáhara a su suerte y todavía no se ha dispuesto ni una medida a favor de un pueblo ultrajado, violentado y expulsado, en buena parte, de sus tierras. Mientras que, en Kosovo, la coalición aliada fue capaz de imponer sus condiciones a Serbia para salvaguardar la vida y la dignidad de los albanokosovares creando un Estado artificial, el Sáhara, con más razones, es una nave a la deriva amarrada a un barco más grande que no va a soltarla.