LO confieso: nunca me han gustado los documentales sobre la fauna, sea ibérica o malaya. Quizás por eso me asombran ciertos comportamientos de determinados animales, como el descubierto por la doctora Grant, que así consta, sin nombre propio, en la información que comparto en estas líneas, como si fuera la protagonista de alguna serie de televisión. Al parecer, los sapos abandonaron el centro de Italia tres días antes del terremoto que arrasó la ciudad de L"Aquila en 2009, ergo podrían convertirse en la mejor predicción posible de inminentes movimientos sísmicos. Tal como consta en el estudio de la especialista, publicado en Journal of Zoology, las colonias de sapos en un radio de 74 kilómetros desde el epicentro del temblor se redujeron un 96% cinco días antes de la tragedia, y dos después ya no quedaba ninguno, lo cual indica que un 4% o no se enteró en el momento debido o estaban ocupados en menesteres más divertidos, hasta que algún solidario anfibio se acercó a dar el aviso. El sapo, animal feo donde los haya, objeto de múltiples torturas infantiles, como las lagartijas, resulta que es un sismógrafo sin enchufe ni tinta. También lo son, al parecer, los peces, los roedores y las serpientes, pero el sapo, anuro rechoncho y verrugoso, es capaz de sentir el movimiento telúrico con mucha más antelación que esos otros aprendices. Dicho esto, confieso que hace tiempo que no veo ningún sapo: ni en el parque de Arriaga, ni en las faldas del Gorbea, ni en Salburua... Qué mal rollo. ¿Temblará Vitoria dentro de unos días?