Hace unas fechas pudimos conocer la pesadilla sufrida por el crucero Louis Majesty frente a la costa nororiental de España. De pronto, una serie de olas gigantescas golpearon al buque. El resultado, dos fallecidos y una veintena de heridos. Al parecer, en los instantes previos al desastre, varios de los pasajeros disfrutaban del espectáculo que representaba la mar embravecida. Con lo que está cayendo, ¿no podían pensar que aquello no eran sino los prolegómenos de algo más gordo que se estaba avecinando? Y sobre todo el capitán.
Las cosas ya no están como estaban a nivel medioambiental, y por tanto las actuaciones ya no pueden ser las mismas que antaño. Para los que hemos estado años en el mundo de la aviación, sabemos de la importancia que supone en la actualidad el reciclaje de los pilotos para evitar riesgos en las llamadas cizalladuras en baja cota, que es un fenómeno de desplome del avión a baja altura. Y a nivel terrestre, en el ferrocarril por ejemplo, deberían tomarse medidas igualmente para minimizar los efectos de los derrumbes de rocas en la vía, etcétera, por medio de la observación a distancia a través de aparatos de visión en la cabina de la máquina tractora, en la travesía de zonas con riesgo de desprendimientos.
Las condiciones, como decimos, han cambiado y hay que obrar de otro modo. Hace un tiempo, y tras la catástrofe de Biescas en la que nos tocó intervenir, hacíamos un llamamiento para que los responsables en temas de seguridad en campings, etcétera, llevaran a cabo simulacros de emergencia periódicamente. Pues bien: nada de eso se está haciendo. Y para finalizar, recordar a los montañeros que la propia montaña, con sus rocas, sus hielos, sus nieves, tampoco se libra del deterioro ambiental global. Así pues, precaución; son muchas las muertes que nos han estremecido en los últimos tiempos.