LOS datos del servicio municipal de asesoramiento sexual -Asexoría, en acertada denominación- demuestran que en materia de agitación carnal las dudas son siempre las mismas. Diríase que con el paso de los años nuestros jóvenes deberían de estar más entrenados en las lides lúbricas, en sus gozos y sombras, pero de eso nada: la mayoría de las consultas, y casi todas ellas son protagonizadas por la chavalería, versan sobre métodos anticonceptivos. ¿Realmente esperábamos que los adolescentes que nos rodean lo supieran ya todo? Es cierto que pueden acceder a la información sexual con una facilidad que nosotros no tuvimos, que en institutos y colegios se imparten clases sobre la anticoncepción masculina y femenina, que el planeta venéreo está al alcance de sus dedos, lo rozan y hasta se rozan, algunos con enloquecida afición; bien, de acuerdo, lo conocen casi todo, pero eso no quiere decir que lo sepan de verdad, que cuando llegue el momento de las primeras caricias sean capaces de ahuyentar los mil miedos que hacen temblar los dedos y nublan el juicio. Hagan memoria. Intenten recordar su primer encuentro sexual. ¿Dónde ocurrió? ¿Cómo fue? ¿Qué pasó después con la pareja que compartió con usted el estreno erótico? ¿Qué pensaron minutos antes de empezar a quitarse la ropa? ¿O acaso no se desnudaron? Si consiguen revivir la mitad de las sensaciones que les embargaron en su debut sensual, con o sin explosión genital, sabrán por qué nuestros jóvenes continúan en un mar de dudas. Hoy tampoco es fácil crecer.
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