Creo que el debate que se ha desarrollado en el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz sobre la capitalidad de nuestra ciudad, entre los políticos y entre polémicas fácilonas entre alcaldes, está desenfocado, además de que puede pecar de querer buscar enemigos externos para autoafirmarnos, una vieja técnica de patrioterismo -en este caso urbano- vacío de contenido.
No creo que el debate tenga que girar en torno a si los vascos nos reconocen como capital, si una ley autonómica declara de una manera explícita o no a Vitoria capital de Euskadi o si hay que proponer otra redacción para que quede claro; son en realidad matices jurídicos sobre el supuesto espíritu de la ley o sobre su literalidad que no nos llevan a ninguna parte.
En el fondo, da igual -o nos debería dar igual- lo que diga una ley o deje de decir. El papel lo aguanta todo. Ni una ley nos debería otorgar graciosamente la capitalidad, ni la ausencia de una ley expresa nos la quita.
Si nos consideramos la capital de Euskadi o no tiene poco que ver con las razones para reivindicar una modificación legal o con el pago de algún canon, sino que debería partir de una reflexión sobre la posición que ocupa nuestra ciudad en el país.
Y es algo que no debería depender de expertos jurídicos o de legisladores, sino de los propios vitorianos y nuestra propia capacidad para crear e inventarnos nosotros mismos la capital de Euskadi.
En nuestra historia ha sido muy recurrente azuzar de vez en cuando el agravio con los bilbaínos para reencontrarnos o evidenciar nuestros propios complejos cada vez que lamentamos las ventajas de ciudades vecinas. Pienso que es hora de que los propios gasteiztarras nos creamos nuestra propia capitalidad por nuestra capacidad para generar dinámicas de desarrollo urbano, empujar proyectos colectivos, espolear actividad cultural en nuestras calles, romper los moldes de la rancia y sacra Vitoria del Canciller Ayala y crear una nueva ciudad o capital para el siglo XXI sin esperar a que ninguna ley venga a reconocernos nada.