Muchos de ellos iban los domingos a misa de doce, acompañados de sus sacrosantas familias para recibir la tan merecida bendición apostólica, la palmadita del vecino rebosante de envidia, la sonrisa del condescendiente párroco que atenazaba con sus dedos el billete de curso legal y el merecidísimo perdón semanal de los pecados.

Portar una o dos veces al año estandartes, escapularios, capuchas, coronas de espinas e incluso cadenas tobilleras de puro acero toledano, ayudaba a demostrar que regatear un poco de cemento, poner una baldosa más económica, cambiar el roble por el pino de segunda, pagar la hora extra en dinero B y retrasar el pago a los proveedores, todo ello y algo más, nunca ha estado reñido con la consecución del cielo.

Y así, entre parábola y parábola, cuando el oficiante decía aquello de tuyo es el poder y la gloria, el afligido penitente sabía con certeza que esas palabras eran una oración dirigida a su generoso corazón. ¿A quién si no? A él nadie le hablaba de la honradez. Pero el cielo siempre ha estado demasiado alto, y a fin de cuentas tampoco resulta tan necesario una vez que nos cubre la tierra. Resulta imposible mantener permanentemente el rostro serio y, tarde o temprano, la sonrisa aflora inevitable e involuntariamente con cierta malicia. En tiempos difíciles hay que ahorrar y el óbolo dominical es un despilfarro habiendo bolsillos más agradecidos. Las fuerzas son necesarias todo el año para llegar hasta los negociados, así que flagelarse resulta un delito contra la salud pública.

Estaba clarísimo que un montón de buenas razones aconsejaban abandonar el marco del fotograma de aquella España profunda que tanto horroriza en nuestros días y que los más jóvenes ni saben lo que fue (¡Qué hermosos recuerdos los de la ayuda americana!). En un alarde de imaginación creativa, sin necesidad de más derramamientos de sangre, con la inestimable colaboración de la tecnocracia y la burocracia y los mismos generosos de antaño, esta España ha trocado la sacristía por despachos, la religión por una legislación súper dinámica, una veces social y otras no tanto ¿y las procesiones?? Las procesiones van por dentro porque el ascensor sigue vacío y en el sótano. Se desconoce si el ascensor funciona, pero el sótano da cierta tranquilidad porque está construido con hormigón armado, del de antes de la recesión económica, y a muchos metros de profundidad hispánica. Y seguimos sin hablar de la honradez.