En el debate parlamentario que mantuvieron el presidente del Gobierno y el líder del PP, Mariano Rajoy propuso algo terrible que incomprensiblemente no desencadenó la tercera guerra mundial. Tampoco Rodríguez Zapatero aprovechó para saltarle a la yugular nada más oírlo, y bien que lo merecía el asunto por su enormidad.
Abiertamente propuso a la bancada socialista traicionar a su jefe. No habló de cuánto dinero cobraría cada uno de los traidores, ni qué empresario de la construcción se lo pagaría y en qué hotel. Se trataba en realidad de oficializar una estrategia corrupta, que ahora, tras hacerlo con luz y taquígrafos, sería norma, estaría en plena calle, y de una vez por todas se arrinconaría el hacerlo de tapadillo.
Nadie debería avergonzarse como cuando fue entronizada Esperanza Aguirre (¡eran otros tiempos!). A partir de ahora lo haremos a las claras, todos Fabra, todos Camps. Gürtel será una estrategia más. Debe ser visto como un negocio de estado, una transacción lícita.
La propuesta de corromper a la legión de rivales que le ha derrotado dos veces, es para Mariano Rajoy lo más inteligente que tenía a mano, que además, de rebote, le permitía tachar de ineptos a los suyos, de los que, con este innovador sistema de captación, podría prescindir en bloque. Esta anécdota, una de las más vergonzosas últimamente acaecidas en el Parlamento, no fue bastante para enfadar al Príncipe del Talante, que la dejó pasar con una leve labor de aliño, minimizando así la poderosa artillería ética que tal situación contenía. Deben ser gestos de grandeza parlamentaria.