Alberto Onaindia o Padre Olaso decía en su libro Experiencias del exilio sobre el aprecio a los emigrantes vascos en México, Venezuela, Uruguay, Chile o Argentina que eran muy apreciados por su apellido, que servía de título acreditativo por su laboriosidad, honradez, espíritu de iniciativa que habían ganado las sucesivas generaciones en aquellas vastas tierras para con nuestros refugiados y en muchas de ellas consideraban como documento de entrada suficiente el pasaporte vasco extendido por las autoridades vascas en el exilio. Incluso muchos de estos estados abonaban ellos el pasaje de barco, pues entendían -como así fue- que era riqueza para sus pueblos la llegada de miles de vascos dispuestos a trabajar con ahínco, de jóvenes en posesión de dotes, especialización y organización tan valiosas y estimadas. No pocos, al inicio, tuvieron que dormir en bancos de piedra por carecer de unos pocos bolívares con que hospedarse, pero su falta de ostentación y el sacrificio callado acabó cuando contactaron con otros vascos que guiaron sus inicios. Muchos de ellos, los oficios más duros de inicio.
Así entendían nuestros mayores y así debemos entender nosotros a los que nos piden su ayuda, pero siempre con espíritu integrador y un inicio duro, empezando de nuevo en tierras extrañas, pero los sacrificios dan sus frutos y muchos de ellos llegaron a ser empresarios en las diversas facetas y sus descendientes, algunos de ellos, brillantes ejecutivos y hasta con cargos políticos.
También tuvieron que adaptarse a las leyes de allí y jurar su Constitución para adquirir el DNI del país de acogida. Antes de los diez años, la colectividad vasca en Venezuela logró más de 30 millones de dólares para disponer de sus euskaletxeas, centros de acogida y solaz, incluso con frontón propio con su pujante vitalidad en muchos campos. Más del 50% de vascos viven fuera de Euskadi; por ello, gracias a Venezuela y demás países por acoger a nuestros emigrantes y exilados. No debemos olvidarlo.