Las cifras que, a modo de pensión, tienen previsto cobrar algunos banqueros españoles cuando se retiren han salido estos días a la luz y causan estupor... y silencio. Son colosales, difícilmente representables fuera del papel donde la cifra es eso, una cifra, que para la mayoría no se refiere a nada real, como no sea a que son tan colosales que hacen pensar en que esas gentes son todopoderosas. Con el dinero que maneja habitualmente esa casta, se puede comprar todo: bienes materiales, espacio, conciencias, parcelas decisorias de poder... se puede influir en la opinión pública con medios de comunicación poderosos y se pueden vencer muchas manos. Con ese dinero se puede hacer todavía más dinero. Hasta el instante mismo de la muerte de quien lo recibe a cambio de su trabajo extenuante. Y es real, aunque el dinero que suelen manejar los miembros de esa casta financiera sea volátil.
Los ricos, los muy ricos, han sido los principales beneficiarios del socorro que ha prestado de manera urgente el Estado a la economía, a su economía, a su sistema económico, no los más desfavorecidos. Sostiene Michel Serres, un filósofo que ha reflexionado sobre este tiempo de crisis, de diversas crisis, que para llegar a esa situación ha sido necesario "que los ricos se vuelvan tan colosalmente ricos que todos los consideremos tan necesarios a nuestra supervivencia como el mundo." Y las clases más desfavorecidas son las que a su costa soportan el socorro de esa casta sin la que al parecer no podemos vivir. Demagogia. Todo lo es en cuanto no nos gusta.
No importa quien lo dice, sino lo que se dice y nos atañe. Serres se refiere al sistema económico actual como un "casino non-stop", una ruleta de dineros volátiles a la que sólo acceden los financieros. No dice que esos casinos, ya sea en Dublín o en Bucarest, suelen estar en manos de la mafia, de alguna mafia, poco importa la nacionalidad. Sólo importa el monto de las divisas acumuladas tanto dentro como fuera del sistema. De eso saben mucho los especuladores urbanísticos de aquí, de aquí, golfos del inmobiliario, que han ido a esconder sus euros negros en Bucarest, el país con la mayor economía sumergida de Europa, donde la destrucción del patrimonio arquitectónico poco importa, prestando así una ayuda inestimable a una economía que no puede utilizar el euro, sino una moneda no convertible en ningún mercado.
Resulta un sarcasmo mayúsculo que sea el presidente de la patronal, cara de cemento y palabras de madera, alguien que está investigado por las actividades delictivas de Air Comet, su compañía aérea, quien se permita el lujo de proponer facilidades de despido y recortes sociales, en beneficio principalmente de la casta privilegiada a la que debemos la vida. Claro que la presunción de inocencia de esta gente es inagotable, tanto que, pase lo que pase, da en inocencia, por el puro paso del tiempo, el que siempre juega a su favor. De hecho, las cosas van a tal velocidad que lo sucedido con Air Comet, la venta de billetes en aviones que la dirección de la empresa sabía que no iban a volar porque no podían hacerlo, se va sumergiendo, en el olvido no, en la duda, en la irrealidad. Entre tanto, recortes salariales, flexibilidad laboral, juegos malabares con las jubilaciones y con las pensiones, puestos de trabajo que, con la inestimable ayuda de los mercados financieros se esfuman...
Hablar de falta de vergüenza en el caso del presidente de la patronal es un sinsentido porque esa expresión es propia de una época de brisca. Esa y otras, referidas a la decencia, son expresiones obsoletas, como los parlamentos de los sainetes viejos. Hoy, los valores son otros, aunque sean de más fácil venta los eternos, y no pasan por la decencia. Hasta el principio de la prueba ha saltado por los aires: quien acusa ya no tiene que probar nada. Es el acusado quien tiene que demostrar que no es culpable. La calumnia es un deporte de élite, un pasatiempo de la red, como el porno, igual.
Ante esas cifras millonarias, la primera reacción es la de comparar lo que se tiene con lo que no se tendrá jamás. Quien lo hace no entiende de economía. Entiende poco más que la relación entre su trabajo y su salario, y su prevención social. No entender. Nada. Mirar para otra parte. No mirar. Esperar con entreguismo y fatalidad el fin de la escorredura... Por no entenderse, tampoco se entiende que los verdaderos perjudicados de estas crisis en cadena, las del fin de una época, no hayan tomado de verdad la calle. Las cifras del paro, con ser colosales, no repercuten en exceso en las calles. No hay desordenes públicos ni el redoble de la desesperación se escucha. Todavía. Los juzgados están a rebosar de reclamaciones de impagos, pero toda va "según un orden". Los servicios sociales, como el pan de los anuncios, lo aguantan todo. Para milagro, éste, en un país que va camino de la pobreza de la que no había salido pese a sus grúas, sus ladrillos y sus euros negros, muchos, demasiados. Quienes ganaron dinero, ganaron mucho dinero. Una parte muy importante de la sociedad está a cubierto de esa amenaza siniestra de quedarse sin trabajo y sin ingresos. Hay una desproporción enorme entre las cifras que manipulan como malabaristas los expertos y los medio expertos y los políticos, cifras de ocasión, cortinas de humo, y la realidad de las cosas concretas, la de los casos concretos y la del conjunto. No te refieras a ella. Eres demagógico, apocalíptico.
Cuando los delincuentes de guante blanco recuperen la confianza en sí mismos que, con descaro, dicen haber perdido, y de paso la autoestima, nada menos que la autoestima, a la individual y a la colectiva se refieren los muy bandarras, pondrán de nuevo en marcha el sistema solidario y sostenible, el suyo, el de sus principios y valores eternos -la religión y la patria nunca andan muy lejos de estos potajes-, esto es los que procuran la ventaja inmediata y sostienen el sistema de castas, de nuevo en marcha. El engañabobos que no cesa. Innovación, ninguna. Escuela de correr encierros... No renunciarán jamás a vivir en Jauja... ¡A por el botín!