hasta mediados de 2008 José Luis Rodríguez Zapatero se negó a pronunciar la palabra crisis en uno de los capítulos más huidizos de su mandato. Un año después, enarboló la expresión brotes verdes para denominar lo que podría ser una pronta aparición de indicadores positivos, y desde entonces no hay prácticamente discurso de cierta relevancia en el que el presidente del Gobierno no anuncie un inminente fin de la recesión. Mientras tanto, han tenido que pasar más de dos años para que Zapatero aparezca ante la opinión pública hablando de cambios estructurales en la economía española; lo hizo ayer en el Congreso de los Diputados a la hora de detallar los cuatro puntos que deberían servir como punto de partida para cualquier consenso político que acompañe a la salida de la crisis. Puestos sobre la mesa los cuatro apartados (mejorar la competitividad de la economía y fomentar la creación de empleo; impulsar la renovación del modelo productivo; cumplir el plan de consolidación fiscal para asegurar la reducción del déficit público; y reformas en el sistema financiero para garantizar la estabilidad, el acceso al crédito de las empresas y contra la morosidad) cabría preguntarse a qué se ha dedicado Zapatero en todo este tiempo, ya que los contenidos de lo expuesto en su discurso son demasiado obvios. Una comisión formada por los responsables de varios ministerios será la encargada de negociar las reformas con todos los partidos en el plazo máximo de dos meses, pero no vale ahora meter prisa -visto que los datos económicos son pertinazmente negativos- cuando entre los puntos planteados por Zapatero hay referencias de gran calado, como lo de impulsar una economía productiva, objetivo que depende de apuestas de largo alcance como la formación (por lo tanto, del sistema educativo), la investigación aplicada a la empresa o la innovación, apuestas cuyo fruto no brota de un día para otro. La profundidad de la actual crisis está demostrando que no sirven soluciones de corto alcance. Y ahí es difícil que el PP arrime el hombro, máxime tras la postura beligerante que ayer mostró Mariano Rajoy, ya que este tema se ha convertido en el único argumento que el presidente popular puede acariciar para lanzar su ofensiva hacia La Moncloa, condicionado como está por la investigación judicial sobrecorrupción en su partido.