EL PNV y el PSE están enfadados. "Noticias frescas, se vende hielo", que diría mi querido suegro. Para limar diferencias, sus respectivos jefes han decidido cartearse, ya que, visto lo visto durante los últimos años, la discreción no es una de las virtudes más habituales entre nuestros próceres, más bien lo contrario. Urkullu escribe desde el chalé de Bilbao, imagino que en su escritorio, pluma en mano y hoja sobre la mesa, nada de cibercorreos: "Estimado lehendakari: le escribo estas líneas..." López aguarda en Ajuria Enea, quizás tocando el saxofón mientras espera la llegada de la misiva. Cabe suponer que el mariscal de Sabin Etxea no confiará en el servicio postal español, ni siquiera en una mensajería cualquiera, que cientos hay, así que ha preparado a su particular Miguel Strogoff, el correo vasco: ruta, medio de transporte y trayecto alternativo si hay peligro a la vista. Y lo hay: en Altube, las huestes de Iván Ogareff, mercenario tártaro al servicio del mejor postor, vigilan todos los caminos que llevan a Vitoria. Strogoff, que ha guardado en el doble forro de la lekeitiarra la carta de Urkullu, envía por delante varias cuadrillas de vigilancia, pero no logran avisarlo a tiempo y cae prisionero en los túneles de Aiurdin. El malvado Ogareff, sin embargo, no logra sonsacarle nada al correo vasco. Antes de que el bribón le rasgue los ojos con la tarjeta sim del móvil, Strogoff, hombre de recursos, le promete que puede lograr que se jubile en Arkaute. Trato hecho. Llegan juntos a La Senda. El lehendakari deja el saxo sobre la alfombra y abre la carta.
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