Lo cierto es que si observas con detenimiento el fenómeno de la nieve es para volverse loco de belleza y misterio: simetría de cristales de hielo en hexágonos, geometría, seis brazos de cristal iguales como el cristal de Murano trabajado por los dioses a fuego lento, a soplo de requiebro. Si esto lo piensas mientras asciendes el monte pisando la nieve y te paras a contemplar desde arriba el paisaje, la foresta blanca, los tejados blancos, señalados por el humo de la chimenea, mientras los copos te lamen el rostro, la mirada y el aire de respirar en vaho, la felicidad es que te persigue para morderte.

El único punto criminal del día feliz es que, cuando estás cerca de casa, contemplas a un hombre maduro con una brecha en la cabeza, tomando postura en un saco de dormir, para, sobre unos cartones, intentar descansar bajo el alero de unos váteres públicos. Y en un lugar donde el paro es la ventisca mortal del siglo, piensas que ese hombre puede ser cualquiera de nosotros. Carpe diem. Aprovecha el día, no confíes en mañana.