Si el problema es el excesivo carbono que hemos elevado a la atmósfera, ése que nos retuerce el clima, combinado con esa absoluta dependencia energética de combustibles fósiles del exterior de nuestra economía, que nos cuesta, y que nos hace tomar decisiones tan repugnantes como apoyar una guerra en Irak, Afganistán o sostener gobiernos como el saudí, ruso o argelino, entonces ¿por qué no ponemos toda la carne en el asador de las energías limpias y matamos dos pájaros de un tiro? Mejor dicho, ¿por qué no cultivamos en nuestras universidades y administraciones públicas a desarrolladores de energías renovables? ¿Por qué no apostamos toda nuestra cosecha energética al ahorro energético, junto a la solar, la eólica, la microhidroeléctrica, los biocombustibles derivados de residuos? ¿Tan eficaz es el lobby de las petroleras, las automovilísticas, las eléctricas y otras empresas privadas que consiguen retrasar las medidas de eficiencia para, bajo la lógica de su propio negocio, alargar las decisiones como las que se debían tomar en Copenhague y en el Estado español y no se tomaron? Hasta quince años dicen que se han retrasado por cuenta de los negacionistas del cambio climático, los consensos para ponerse manos a la obra. Ya basta, ni nuestros hijos ni nosotros mismos, ni el planeta vivo del que formamos parte, merecemos este terrible error histórico. Formemos el lobby de los vivos y de los que están por nacer, organicémonos y démosle la vuelta a la tortilla ahora mismo, sin perder un minuto más.