EL Deportivo Alavés cambia de manos tras el paso adelante que dio ayer Alfredo Ruiz de Gauna al certificar ante notario la compra del 50% de las acciones de Fernando Ortiz de Zárate. El ostracismo accionarial del dimitido presidente, cuya poca transparencia generaba ya desconfianza en demasiados ámbitos, era una condición sine qua non para que los potenciales inversores con los que había contactado el dueño de Viajes Bidasoa se decidiesen a emplear su dinero en salvar el club. Así lo expresaron en su día Guillermo Asarta y Javier González, dos de los que más interés mostraron semanas atrás y que finalmente desistieron dejando a Ruiz de Gauna solo ante el peligro. Está por ver si ahora retomarán su empeño o si el nuevo máximo accionista del club contará con otros compañeros de viaje en esta ahora arriesgada aunque siempre ilusionante aventura. El Alavés sigue al borde del precipicio, es cierto, porque las deudas continúan ahí y porque el lastre de la nefasta gestión económica y deportiva de los últimos años impide soñar con un resurgir potente -como pregona el himno- al menos a corto plazo. Ruiz de Gauna asume el mando de las operaciones en la etapa más delicada de una entidad que está a punto de cumplir 90 años de historia y sólo por dar ese paso merece de partida el apoyo del entorno alavesista, desde los aficionados a la prensa pasando por las instituciones. Le quedan por delante meses de arduo trabajo hasta lograr reflotar una nave a la que el disparatado timón de Piterman condujo hacia el naufragio más absoluto. Ortiz de Zárate insufló esperanzas en un primer momento, pero el tiempo ha demostrado que con las buenas intenciones no basta. Es necesario más y mejor trabajo, rigurosidad en la gestión, así como habilidad y recursos para generar confianza y complicidad alrededor del proyecto. El presidente saliente adolece de todas estas cualidades, le ha faltado credibilidad y el cúmulo de decisiones erróneas -tanto en lo económico como en el capítulo deportivo- habían acabado por convertirle en un problema para el club en vez de ser parte de la solución. Es de esperar que Ruiz de Gauna aporte claridad y logre por fin que el barco comience a navegar sin deriva. Le esperan tiempos duros, aunque el reto no deja de ser apasionante.
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