Acabo de colgar una de esas llamadas telefónicas, inoportunas las más de las veces, que me ha pasado un hijo porque preguntaban por mi nombre completo desde una entidad bancaria. Al contestar, han empezado con la retahíla de siempre del grupo bancario tal y cual, que me ofrece en condiciones más favorables a las existentes en el mercado un seguro... ahora toca de hospitalización.
Antes de que me tenga diez minutos al teléfono, le contesto que le agradezco el interés y la llamada, pero que no me interesa. Uff, qué he dicho, porque entonces me vienen a dar lecciones de previsión, que a ver qué es lo más importante si no la salud, que si tengo hijos les sorprende que no me interese, que si un día me quedara en coma me arrepentiría de no contratar el seguro por 17 euros al año, que tal y cual...
Le digo que si ocurre cualquier contingencia, pues que alguien apechugará o verlas venir, que no deseo estar tan asegurada, que le agradezco la información. Que tengo los seguros que me parecen esenciales y que no deseo otro más, que tengo otras prioridades. Y nada, le he roto el guión y vuelta a decirme que no me entiende. A mi alrededor, el pequeño me pedía la merienda y yo cerrando la puerta para no colgar la llamada por educación.
¿Nos hemos vuelto locos? ¿No sería más lógico que cuando nos llamaran nos preguntaran si era buena hora para hablar? ¿No sería mejor entender que al teléfono no se debe atosigar?
He tenido que escuchar comentarios inadecuados sobre mi forma de vida. Impresionante lo que he tenido que tragar por no colgar el teléfono y dejarle a mi interlocutor con la palabra en la boca.