Con frecuencia aparecen en los medios de comunicación noticias de hijos que han insultado o agredido a sus padres y en otros casos, que los padres han denunciado a un hijo por malos tratos.
¿Por qué ocurre esto? Una causa puede ser la falta de formación de los hijos, muchos de los cuales no han estudiado el cuarto mandamiento sobre la necesidad de honrar al padre y a la madre, que comprende los deberes de amor, respeto y obediencia. A la vez los padres tienen el deber de sustentar y educar a los hijos. Otra causa suele ser la falta de autoridad de los padres o el ejercicio defectuoso de la misma.
El primer punto a considerar es que la autoridad paterna se ha de ejercer al servicio de la educación de los hijos. La autoridad ha de ser una influencia positiva que sostiene y estimula la libertad en el desarrollo de cada hijo. Esto no solo ha de influir en el crecimiento moral de los hijos, sino en la unidad familiar.
Ejerciendo la autoridad los padres han de tomar decisiones sobre las normas de funcionamiento familiar y de los hijos y en ocasiones han de sancionar conductas negativas de los pequeños. Antes de tomar decisiones los padres han de informarse sobre las posibles alternativas, elegir la más oportuna y después hacerlo cumplir.
La autoridad nunca puede ser una imposición arbitraria y violenta de los padres sobre los hijos. A veces los padres sólo mandan cuando los hijos molestan e interrumpen su descanso egoísta.
El ambiente familiar ha de gozar de estabilidad. Es muy negativo que unas veces se permitan unas conductas y en otras ocasione se prohíban. Esto es un modo de mandar arbitrario. Las normas de funcionamiento familiar han de acordarse entre los dos cónyuges y exige el cumplimiento con los mismos criterios del padre y de la madre.
¡Cómo se resiente la autoridad cuando el padre desautoriza a la madre o viceversa y se pierde la coherencia entre ambos! Lo mismo podríamos decir cuando uno de los progenitores concede caprichos a un hijo y a otro no, o tiene preferencias manifiestas sobre algún hijo. También es muy negativa la sobreprotección sobre los pequeños porque impide el desarrollo de su libertad.
En el ejercicio de la autoridad se ha de compaginar por un lado el respeto y la exigencia y por otro el buen humor y la libertad. De esta forma se irá creando un clima de confianza y seguridad, fruto del verdadero amor a los hijos.