Frente a la opinión científica más extendida, sigue habiendo amplios marcos geográficos en los que el exorcismo y la santería son práctica habitual, más allá de la pura creencia popular. La fallida inhumación de los restos mortales del genial Federico García Lorca ha vuelto a hacer del ritual la única medicina válida contra los espectros del pasado.
Nos hemos convertido en la sociedad europea con más apariciones por kilómetro cuadrado. Por mucho tiempo que transcurra, el pasado vuelve para sentarse a nuestra mesa. La Guerra Civil parece no terminar nunca, la invasión de Irak sigue presente en nuestra retórica, el 11-M en realidad fue hace dos días, el franquismo aún deambula por nuestros pasillos y el Sahara occidental continúa llamándose Sahara español. Más de treinta años después, la gran campaña desarrollada por la refugiada Aminetu Haidar en tierras canarias ha vuelto a generar las críticas más atrevidas hacia los políticos, mientras que Mohamed VI parecía ser el gobernador general de Groenlandia. Todos se han visto paralizados, atrapados en un incendio que ha generado solidaridades dislocadas, acusaciones, reproches, y que han dibujado un paisaje en el que es imposible abrirse paso en prácticamente ningún aspecto, incluso en uno en el que ya todos sabemos que no hay absolutamente nada que hacer mientras ejércitos y muros marroquíes sigan presentes en aquel desierto.
La única esperanza reside en las próximas generaciones, indiferentes crónicos según los encuestadores que rara vez pueden diagnosticar con acierto el resultado de unos comicios o el número de asistentes a una manifestación; aburridos sin duda de un mundo en el que los mayores son incapaces de ponerse de acuerdo en nada, ni siquiera en Copenhague.