así como Lenin dividía a la humanidad en dos grandes grupos, los bolcheviques y todos los demás; los no tan revolucionarios pero no menos visionarios Patxi López y Antonio Basagoiti parecen haber divido al país de los vascos en dos categorías: los de la Euskadi de la normalidad y todos los demás. Como el propio término indica, los vascos normales son los primeros y los demás viven en una Euskadi irreal, por no decir anormal. Esos mismos vascos normales que ayer ovacionaban con furor la película de unos reclutas disfrazados de reclutas que ponían una pica rojigualda en el alto del Gorbea, hoy ansían oír el mensaje navideño del Rey -apresurándose a apagar las luces y acomodarse en sus butacas con palomitas para tal catártica experiencia televisiva- y mañana anhelan ver cómo la selección española de fútbol entra triunfante en el Flandes del césped de San Mamés. En la Euskadi de la normalidad, como en el cine de aventuras -ya sean pelis de guerra, reyes o conquistadores-, la realidad se esfuerza por asemejarse a la ficción. La próxima es una de Berlanga. Una vez endosada la pegatina de la marca Spain en la campaña turística de Euskadi, las mayorets de la tamborrada de San Prudencio lucirán altivas una peineta, el Amurrio Antzokia se convertirá en un tablao de tonadilleras o la próxima edición del festival de Añúa dedicará un monográfico a Concha Piquer. La Euskadi de la normalidad, ajena a las penurias de la crisis y a los problemas reales de los ciudadanos -esas mundanas entelequias del mundo de los otros-, vitorea el espectáculo.