Donde me lleven las palabras es el título de un libro de poesía que desde hace unos días está en diferentes librerías de la ciudad y que su autora ha construido con la importante ayuda que ofrecen los talleres de los centros cívicos de la ciudad en los que se forjan artesanos de las palabras. Son 112 páginas prologadas por Ángela Serna ampliamente conocida en los círculos culturales y en las que Arantza Semprún confiesa que ha sido el escribir poesía la mejor terapia para un reencuentro de reconciliación con ella misma y también su entorno.

Arantza, aunque nacida en Samboal, un bello pueblo segoviano bañado por un mar de pinos, ha desarrollado prácticamente toda su vida en Gasteiz, desde el ahora desaparecido como tal colegio de las Ursulinas, hasta su formación en el campo de la docencia y su actual puesto en uno de los colegios de la ciudad.

No obstante la oportunidad de viajar por medio mundo le ha permitido traer como fruto de una experiencia personal la impronta que los diversos lugares han dejado en ella, así podemos ver como Méjico está de varias formas presente en su obra, Lisboa y la misma Barcelona dejan su huella, como lo hacen escritores, léase Susanna Tamaro, Walt Whitman o Lope de Vega, cantautores como Serrat o Chucho Monge o los pinceles de Frida a quien dedica uno de los versos.

En un país donde se publican unos setenta mil libros al año según decía este verano la escritora Fátima Merssini en la universidad de Santander, sólo tres o cuatro salen para adelante como importantes, pero cuando se hace a modo de terapia y forma de realizarse como Arantza seguramente se escribe más espontáneamente sin parámetros que te fijan e incluso adoctrinan. Y no deja de ser una fórmula hoy día bastante atípica de expresar inquietudes y sentimientos. Resulta gratificante señalar que lo mismo que la autora de Donde me lleven las palabras un grupo de aficionados a la poesía trabajan en la ciudad en talleres dedicados al tema y han encontrado en los centros cívicos de la ciudad un soporte muy importante para dar cauce a una actividad que también en tiempos de crisis tiene su espacio.

Fernando Semprún Romeo