Me gustan las gentes que de manera silenciosa, por decisión propia y libre, toman como actitud de vida acciones de solidaridad y la opción valiente de injertar un rostro humano ante el huracán de rastros deshumanizadores. Voluntarios por nuestro planeta son los últimos quijotes en un mundo creciente de inseguridades. Ante ellos uno se quita el sombrero. Hablo de aquéllos que, desinteresadamente, salen al encuentro de todo ser humano con la única intención de acoger y acompañar a los desvalidos, movidos por una cultura inclusiva, tremendamente respetuosa con las diferencias.
(...) Todos los ciudadanos del mundo deben abrirse a la humanidad del mundo, a las necesidades de toda persona. El altruismo al poder. La solidaridad como deber. La calidad de vida hay que sostenerla como calidad humana. El espíritu de servicio como misión de todos para con todos. Somos tan precisos como necesarios. Y es de justicia esperar unos a otros para avanzar unidos. No olvidemos que hasta en el universo la unidad es ley que todo lo mueve y conmueve. Así, el amor es la unidad que da fuego a todos los hielos que nos circundan, medicina que nos cambia por dentro y por fuera. No en vano, el voluntario, que lo es de corazón y vida, siente un gozo indescriptible que va más allá de la donación de sí a los demás.
La cátedra del voluntariado hay que extenderla, ya no sólo porque representa un factor de crecimiento y civilización, sino también por lo que es, una escuela de humanidad. Nosotros mismos a veces somos nuestro peor enemigo. El amor al prójimo no se puede delegar en nadie, requiere siempre un compromiso de la persona con la otra persona, con el mundo entero. (...)